La gente en Buenos Aires ama, reza y muere en las paradas de
colectivo.
Como pequeños portavoces de historias; como testigos
silenciosos de las más diversas demostraciones de amor.
En ellas uno se cita, se reencuentra, se despide, se pelea.
Esbozamos infinitas promesas de amor eterno, y también aprendemos a dejar
partir. Prometemos llegar a tiempo. Juramos que es la última vez. Allí, en ese
minúsculo pedazo de acero; está puesta la esperanza de la vuelta.
Va a venir, va a venir piensa el, simulando mirar un reloj
con mucha atención, aunque parezca que las agujas hace siglos que no se mueven.
Se aferra, finita a esa esperanza; y qué alegría verla
llegar, cuanta ansiedad que sostiene esa parada. Ansiedad de ella, de él, de
miles y miles que, como ella y el, esperan; y lloran lágrimas de alegría;
muchas más de tristeza.
¿por qué tardaste tanto?, pregunta como si supiéramos porqué
las cosas no ocurren exactamente cuando las estamos esperando. De cuantos
reproches habrán sido testigos estas paradas...
¡Cuánto hace que no nos vemos!, se dicen, y esa parada se
vuelve testigo de abrazos, risas y besos de reencuentro sanador.
No te vayas, susurra alguna vez, como incrédula, mientras
presuroso se sostiene en los escalones del colectivo, dejándola, desamparada,
al pie de la parada que ahora es un abismo.
Morimos, amamos y soñamos en esas paradas, que nos
contemplan crecer, y se hinchan de historias.
Por Flora (de su blog (http://oximoronica.blogspot.com.ar/)
No hay comentarios:
Publicar un comentario