Hacia la
cristalización de la opción violenta: las OPM luego del Cordobazo (1969)
El Cordobazo significó, no sólo para las pujantes organizaciones
guerrilleras sino para gran parte de los sectores populares, el punto de
quiebre de un modelo dictatorial que había comenzado tres años atrás. Selló en
algún sentido la suerte del Onganiato ya que demostró a la claras el fuerte
rechazo que dicho modelo generaba en el pueblo argentino. No solo deterioró el
poder de Onganía, sino que marcó el comienzo de las diferencias al interior de
las FFAA, que trae como consecuencia el reemplazo por el general Levington, y a
este por Lanusse en el poder.
Es sabido que el rasgo característico fundamental del Cordobazo en relación con las luchas
populares anteriormente libradas fue el papel jugado por la próspera e instruida
clase obrera automotriz. Para algunas de las OPM ese momento implicó el comienzo de la denominada guerrilla urbana. Dentro del ERP,
Santucho se traslada a Córdoba, y en cierta medida se reconcilia con un
prejuicio ideológico que arrastraba desde los orígenes del FRIP: la noción de
que el proletariado industrial no podía ser la ‘vanguardia’ del movimiento a la
revolución, sino que ésta estaba representada por el campesinado tucumano.
Es interesante recalcar que el Cordobazo es la primera
insurrección popular en donde el peronismo no lidera: excedió sus límites y
planteó la posibilidad de avanzar hacia una solución revolucionaria de la
crisis del Estado.
Excedió incluso el trabajo de base de las propias organizaciones
guerrilleras: FAP y PRT ven pasar los hechos sin tener una activa
participación. Sin embargo, los hechos desencadenados en mayo generaron
respuestas diversas y a la vez más radicalizadas de parte de las organizaciones
guerrilleras peronistas y no peronistas. Incluso Montoneros, que surge como tal
un año después de estos hechos, lo hace al calor de una lectura del Corbobazo. Vale
preguntarse, ¿influyó el Cordobazo tanto en las FAP como en el PRT de cara a la
reivindicación de las prácticas violentas de lucha? ¿De qué manera?
Dentro de la órbita no peronista, en el PRT y como consecuencia del Cordobazo, en 1970, se convocó al V
Congreso. Aquí se funda el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) ‘con
el objeto de desorganizar las fuerzas armadas del régimen para hacer posible la
insurrección victoriosa del proletariado y del pueblo’. Se adopta el modelo
vietnamita de relaciones entre partido y ejército revolucionario, y se concibe
la guerra popular como una guerra con decidida participación de las masas,
siguiendo la línea de los levantamientos del año anterior.
Entre los planteos de ese congreso hay una apuesta clara, al menos
en las resoluciones, de hacer primar el trabajo de base y la actividad política.
De todas formas, Mattini observa y denuncia, quizás, el militarismo creciente
en el interior de la organización, principalmente en la tendencia leninista
liderada por Santucho, más allá de todas las teorizaciones acerca del trabajo
de masas, y la importancia del carácter popular de la lucha armada.
Si bien el V Congreso no determina la opción por la lucha armada,
la cristaliza: se habla ya de ‘guerra revolucionaria’, término que implica un
paso adelante en la resistencia. El flamante ERP sostiene en aquel congreso,
que ésta ya había comenzado, insistiendo además en el carácter prolongado de la
misma. Mattini entiende estas aseveraciones como condicionantes de toda la
política posterior. El otro error que observa, fue creer en la inevitabilidad
del proceso, en la idea de que una vez abierto el proceso revolucionario, éste
seguiría su curso ininterrumpido hacia la victoria.
En cierta medida se pone de manifiesto con mayor importancia
algunos rasgos trotskistas presentes desde el comienzo en la organización. El
hecho que lo demuestra claramente es la adhesión a la IV Internacional,
defendida por Santucho cuando 6 años antes había estado en contra. Creemos que
son estos los momentos en donde la justificación de la vía armada apoyada en la
complacencia popular revela síntomas tensos y contradictorios: de aquí en más
el ERP experimentará el mayor auge, una aceptación popular nada desdeñable, y
sin embargo el trabajo de base, al interior de las fábricas y en el seno de la
clase proletaria ya no será una prioridad –aunque los papeles y documentos del
Buró Político digan lo contrario.
Consideremos ahora a las
organizaciones peronistas por separado: la revuelta obrero-estudiantil en
Córdoba, con coletazos en varios centros urbanos del país, implicó nuevas
discusiones hacia el interior de las FAP, en un doble sentido: en sentido
metodológico y, si se quiere, en términos de vanguardia. En primer lugar, en
términos metodológicos el Cordobazo nos presenta al espontaneísmo, o mejor, la teoría
de la insurgencia general como una potente vía revolucionaria en la Argentina. Es decir, la
principal manifestación popular obrero-estudiantil viene a mostrar a las
organizaciones armadas la potencia de la insurrección, en tanto camino
alternativo para la lucha revolucionaria en la Argentina.
El peso de los hechos marcaron limites a la Revolución Argentina,
pero las FAP no creían que la batalla contra la reacción se podía dar sólo en
este terreno, más bien creían que, aunque válido en términos de desgaste del
enemigo, el camino insurreccional era insuficiente y resultaba esencial abordar el camino de la
lucha armada.
Huelga aclarar que el Cordobazo es visto con buenos ojos por las
FAP que, desde la lucha armada, intentarán confluir con estas nuevas formas de
lucha revolucionaria para consolidar una estrategia de conjunto
frente a la contrarrevolución.
Por otro lado, el Cordobazo imprimió un “sesgo nostalgioso” en las FAP, dado que ni su metodología de acción
(lucha armada) ni su estructura político-militar, estuvo en las calles del
barrio Clínicas junto al pueblo resistiendo la ignominia y la represión del
régimen.
Como ocurrió con el PRT, para las FAP el Cordobazo no definió la
opción por la lucha armada, porque ésta elección se había dado previamente en
la propia organización. Pero si resultó ser un llamado de atención sobre la
presencia del pueblo, al que creían domesticado, dormido y quebrado.
Atendiendo a la pregunta, podemos argumentar que el Cordobazo dio sentido a la
lucha que llevaban adelante las FAP, pero también marcó nuevas preguntas sobre
la manera en que ésta debía ser llevada adelante. Era hora de articular con las
distintas formas de lucha revolucionaria, sean éstas armadas o no.
Pero esta salvedad no les impidió identificar en el “post-Cordobazo”
la necesidad de dar inicio a la
Guerra del Pueblo, en pos de ajusticiar a sus enemigos.
La violencia política era ahora legitimada por la mayor parte del
pueblo, lo cual vistió de aplomo a la metodología que las organizaciones
político-militares habían elegido como válida para llevar adelante frente a las
fuerzas de la reacción, la lucha armada ya no era cuestión de vanguardias.
Si bien Montoneros nace
con posterioridad al Cordobazo, la lectura que éste hace de aquél
acontecimiento es un elemento fundamental para comprender las características
que aquella organización adquirirá en los primeros años de la década del 70. El
Cordobazo había, por un lado, denotado la conciencia que el pueblo tenía
respecto del régimen dictatorial instaurado en 1966, y por otro, evidenciado la
carencia de la táctica insurreccional como método de lucha revolucionaria. A la
vez que brindaba un optimismo innegable como catalizador del grado de represión
que el pueblo estaba dispuesto a soportar, obligaba a reformular la forma que
habría de darle a la lucha si se pretendía alcanzar la sociedad socialista.
El aprendizaje que dejó el Cordobazo para Montoneros, es que la
táctica insurreccional está agotada como forma de lucha –como así también lo
estaba la forma electoral-, de ahora en adelante la estrategia debía ser la
lucha armada. Ella misma generaría las condiciones que hasta el momento no se
habían dado para la toma del poder; y si bien el trabajo político o de base no
debía abandonarse, la lucha armada en el plano militar era el costado primordial
de la lucha revolucionaria. El poder de las armas para combatir al enemigo no
sólo se demostraba en el enfrentamiento militar, también podía comprenderse
como una táctica que obligaría al pueblo a tomar parte en la lucha, alistándose
con la oligarquía imperialista o con el Movimiento Peronista que conduciría a
la liberación de la patria.
La guerra popular con la que se debía combatir a la oligarquía y
al imperialismo debía “ser total, nacional y prolongada”,
esto quiere decir que el combate se debe librar en todos los frentes, el
sindical, el barrial, el universitario, y adoptando la forma de guerra
revolucionaria que lucha tanto en el plano militar como en el económico,
político y cultural. La lucha pretende ser ‘nacional’ porque busca ser extendida
hacia el resto del pueblo mediante la acción guerrillera urbana (foco urbano),
emanando conciencia hacia el resto de la población, y es ‘prolongada’ como toda
guerra revolucionaria que actúa en pequeños combates desgastando lentamente a
un enemigo que se lo entiende mucho mayor que la organización. Mientras éste
era el método revolucionario, la forma organizativa que debiera adquirir era la
organización político-militar: la actividad estrictamente militar no es más que
la continuación de la política por otros medios, ahora inevitables, ya que se
vieron agotadas las demás instancias de lucha y no queda otra salida que la
destrucción física del enemigo.
Para las OPM entonces, el Cordobazo marcará el comienzo de un
inusitado auge y aceptación popular de los métodos empleados; vemos que para
las tres la opción por la violencia es clara y se hace carne en muchas
operaciones realizadas en el período, con la plena confianza de encontrarse en
el camino correcto al socialismo.
Como balance político las OPM se encontraron después del Cordobazo
con la ratificación de que el enemigo era vulnerable, con la certeza de que
debía radicalizarse la lucha armada, para articularla con la creciente
insurrección popular, y con un aparato militar que, desgastado, comenzará a buscar
una salida electoral,
en tanto respuesta a las crecientes demandas de un pueblo que rápidamente se
alzaba en armas.
La respuesta
política: el Gran Acuerdo Nacional y su implicancia en las organizaciones
político-militares
Como vimos en el desarrollo anterior, el Cordobazo provocó un gran
impulso en las organizaciones armadas. El movimiento de masas se aproximó en
aquel tiempo al hito más alto quizás de su historia. La unidad del pueblo se
palpaba de hecho, el momento de auge de las tres OPM da la pauta de que, en
cierta forma, la conciencia antiimperialista crecía, y se hacía carne en la
juventud, cada vez más radicalizada. El segundo Cordobazo, o vivorazo de
1971 marca por primera vez el
entrelazamiento entre las manifestaciones espontáneas y las acciones
guerrilleras.
El temor de que la situación se hiciera ingobernable, aceleró en
cierto sentido los tiempos previstos para la normalización democrática,
obligando a las FFAA a reconsiderar su estrategia de cara a la revolución. A
comienzos de 1971 ya se podían escuchar algunas voces de las propias FFAA que
bregaban por una “apertura electoral”, claro está, con ciertas condiciones. El
GAN surge entonces como una respuesta política desde los sectores “moderados”
de las fuerzas armadas; con el objetivo de aplastar la creciente subversión y
organizar una retirada en orden de la escena política; entendiéndose que ambas
iban juntas, de ahí la idea de un acuerdo. Si para 1966 el Onganiato había
legitimado la opción armada como forma de lucha, el GAN era la respuesta
política de una burguesía a esa misma situación revolucionaria.
Observamos pues, un hecho fundamental que sella el destino
venidero de las OPM, constatándose rasgos de coincidencia en su insistencia
militarista posterior, y en las profundas diferencias identitarias que marcan
un límite a los intentos de encausar acciones en conjunto. Se pone a la vista
la presencia de un actor que juega un rol fundamental en este proceso, el mismo
Perón, con su ambivalencia discursiva hacia la opción armada, y la apuesta de
su retorno a la escena política nacional.
La postura de las OPM frente al GAN es similar en sus comienzos,
el acuerdo es visto con desconfianza por estos sectores, incluso como una farsa
que pretende ahogar la movilización aislando a la guerrilla.
Hacia el interior de las FAP
se hacían evidentes nuevas contradicciones. Habían llegado a un punto en el
que, si bien no rompían con Perón, se mostraban mas distantes
y se comenzaba a construir una alternativa independiente, revolucionaria y de
clase como camino real hacia la toma del poder por parte de la clase
trabajadora.
Vemos aquí como las FAP comenzaban a incorporar a su “visión de
mundo” la óptica marxista de análisis de la realidad. Vale decir, las FAP
reafirmaban su condición identitaria peronista, pero incorporaban a su vez, la
metodología marxista de análisis. Estas tensiones internas salen a la luz en las
propias reivindicaciones de las FAP que bregaban al mismo tiempo por: “la
revolución social” y “la liberación nacional”,
banderas las cuales, aunque no contradictorias, provienen de fuentes diferentes
y marcaban cierta heterogeneidad ideológica hacia el interior de las FAP.
En este contexto la propia organización lleva adelante lo que se
dio a llamar “Proceso de homogenización
política compulsiva (PHIC)”, que traía a colación la incorporación del
análisis marxista de la realidad argentina a la identidad peronista, en pos de
la superación de la visión foquista de la lucha armada.
Algunos sectores de las FAP
leían que la herramienta del foquismo no estaba dando respuestas al asenso de
masas, al coqueteo de Perón con la burocracia sindical, que tiene su punto mas
álgido en la “Hora del pueblo”, ni a la apertura democrática propuesta por el
régimen. Esta suma de factores desnudó a las FAP, que no contemplaron desde su
génesis la posibilidad de la participación político-institucional, sea esta por
fuera o por dentro del movimiento peronista, como argumenta Luvecce.
Las contradicciones estaban representadas por dos visiones, a
saber:
- “los iluminados” que veían la necesidad de priorizar la
organización de la clase obrera, relativizaban la influencia de Perón y
los que posteriormente lanzarían la “Alternativa independiente de la clase
obrera”.
- “los oscuros” valoraban el rol de Perón como revolucionario
activo, creían en la construcción de mayorías por sobre las
contradicciones internas, relativizaban la centralidad de la hegemonía de
la clase obrera. Gran parte de este grupo pasaría a engordar a las otras
OPM luego de la escisión post PHIC.
Resulta necesario destacar estas contradicciones internas antes de
desarrollar la influencia del GAN en las FAP porque a partir de una breve
caracterización se puede visualizar la efectividad que tuvo “la apertura
democrática” para desarticular la estructura original de las FAP.
El proceso de “homogeneización política compulsiva” tuvo como
resultado el quiebre de la unidad de las FAP. La división entre “oscuros” e
“iluminados” no resultó en una síntesis superadora.
Incluso se decidió separar de la conducción de las FAP a quien
fuera uno de sus más importantes miembros, nada menos que a Envar “Cacho” El
Kadri, por esos años preso con los
compañeros de Taco Ralo, pero muy al tanto de las cuestiones que sangraban a
las FAP.
Esta decisión demuestra que se impuso la postura de los
“iluminados” que planteaban, como marcamos más arriba, la idea de la autonomía
organizativa de la clase obrera peronista, en una mezcla de marxismo gramsciano
y peronismo clasista, al decir de Cacho El Kadri.
El PHIC se dio al calor de nuevas coyunturas nacientes en el país
del pos Cordobazo, y que de alguna manera intentó ser la respuesta interna de
las FAP a la movilización de masas, a la cercanía de Perón y la burocracia
sindical y a la apertura democrática. Propuesta que se exteriorizará con la
“Alternativa Independiente de la clase Obrera”, en el año 1971.
Esta propuesta tenia la intención de promover la unificación de
las FAP con las FAR y un sector de Montoneros, lo cual implicaba, siguiendo a
Luvecce, la ruptura con cualquier tipo de participación del movimiento
peronista y la construcción de un poder paralelo y autónomo de la clase obrera.
Esta experiencia terminó en fracaso, dado que nunca se concreto la
unión con las otras OPM y la “alternativa” redundó en el aislamiento político
de las FAP,
que nadaron en la abstracción de esta estrategia y en la falta de políticas
para la clase obrera de la cual se arrogaban su representatividad.
En septiembre de 1972 se produce la ruptura de las FAP en un marco
de búsqueda estratégica de cara a la apertura electoral con participación
(condicionada) del peronismo.
Preguntémonos entonces ¿Qué límites marcó el GAN en la opción por
la lucha armada en las FAP?
Este interrogante nos deja bien cerca de las tensiones hacia el
interior de las FAP, pero digamos que la salida electoral, pactada con
condiciones posteriormente para el 11 de marzo de 1973, construyó un cerco que
relativizó la masiva connivencia popular hacia la violencia política
representada en la lucha armada, dando comienzo a un creciente aislamiento de
las OPM respecto de las masas, separación que tendrá su pico máximo tras la
instauración del gobierno peronista.
Montoneros entendió primeramente al acuerdo como una farsa
dispuesta a deslegitimar la opción por la violencia armada. El GAN se comprende
como el manotazo de ahogado de las clases monopolistas dominantes que han
perdido toda legitimidad en su accionar político; han quedado aisladas y
pretenden una nueva maniobra política que busca la ampliación de su base de
poder. Según Montoneros, la crisis que pretende enfrentar este nuevo proyecto
político se relaciona con los sucesivos fracasos que los militares –asociados a
las clases económicamente dominantes- vienen sufriendo desde 1955.
Para la organización el GAN no pretende otra cosa que neutralizar
el carácter revolucionario del movimiento y de su líder e integrarlo a las
consignas reformistas que promueve la clase media. “…el GAN no es un simple
llamado a elecciones, sino a elecciones condicionadas a un acuerdo”,
dirán en un documento interno de 1971 haciendo alusión a la búsqueda por parte
del enemigo para encontrar alianzas en la burocracia sindical y política que
consigan ampliar la base de poder gubernamental sobre la que se apoya. El GAN
no es entonces más que el desgaste las clases dominantes y la evidencia de que
sin la fuerza política peronista no hay gobierno legítimo que pueda mantenerse
en el poder. Es un “…despliegue publicitario y de acción psicológica para
intentar mostrarse como de “apertura popular””,
forma parte de una estrategia que intenta contener el avance popular que los
trabajadores vienen construyendo desde el Cordobazo.
Con el GAN, la tecnocracia militarizada lanza un nuevo plan que
pretende integrar al peronismo con sus elementos más nefastos, tendencias que
dieron lugar al participacionismo y al colaboracionismo, dos de las formas más
usuales de traición al Movimiento. La supuesta vocación democrática del
gobierno de Lanusse no es sino la única opción que le queda a un gobierno que
se ve ahogado por el “creciente y victorioso avance de la lucha revolucionaria
popular”.
Es por esto, que ante tal lectura de la situación Montoneros no opta otra cosa
más que “…proseguir la lucha y la organización revolucionaria del pueblo.
Reconquistar el poder y lograr la construcción del socialismo nacional.”
Para el PRT-ERP la visión del acuerdo es similar. Este implicó una
absolutización de la vía insurreccional, y una subestimación de la capacidad
política del peronismo y del propio Perón. El descrédito al acuerdo es
profundo, y creemos que la lectura que hacen de los efectos que puede tener es
ajustada, sin embargo, las decisiones que se tomaron al respecto revelaron una
indisimulable desviación militarista, que genera conflictos al interior de la
propia organización. Aunque se poseyera una voluntad de masas, esto no quería
decir que hubiera una correcta política de masas; a la organización le estaba
costando calar hondo en las actividades de base, puesto que a su vez sostenía
focos guerrilleros urbanos e intentos de focos rurales. Las diferencias al
interior del Buró Político se profundizaron, el propio Santucho preso brindaba
respuestas ambiguas al que hacer frente a la creciente voluntad represiva y a
la política de Lanusse. Aunque se estaban perdiendo muchos cuadros
guerrilleros, la organización crecía, como lo hacían las demás en aquel tiempo.
Creemos que el error estuvo dado en la ambigua y dual respuesta al acuerdo:
mientras una parte del partido luchaba en los comités de base con la táctica de
la participación, otra lo hacía con la línea del boicot. Para ambas, la
democratización no aparecía como una posible vía al socialismo, sino como “un
instrumento para oxigenarse de la lucha clandestina”.
Es en esa respuesta donde se hacen sentir todos los prejuicios ideológicos que
acarreaba el PRT desde su origen: enfrentar al GAN no era otra cosa que
enfrentarse a Lanusse y a Perón a la vez, lo que constituyó un gran favor a la
dictadura.
Con gran parte de sus cuadros principales presos, se lleva a cabo
en 1972 quizás la única acción conjunta de PRT y Montoneros, la fuga del penal
de Rawson. Este hecho es también importante porque marca el inicio de la guerra sucia contrarrevolucionaria, la
incorporación abierta de fuerzas armadas en la utilización de elementos
represivos atroces e ilegales
Concluyamos entonces que el GAN resultó ser la respuesta política
a la violencia organizada, con el agregado de que para 1972 existía una cierta
base para la convergencia de las organizaciones guerrilleras, pasible por la
creencia de Montoneros de la proscripción peronista. Podemos observar un cambio
de paradigma en las condiciones de la lucha armada, y quizás el comienzo de una
etapa en la que las armas pretendieron determinar las condiciones políticas, lo
cual implicará un quiebre en términos de legitimación de la violencia política,
una vez elegido popularmente el tercer gobierno peronista. Con el inicio de
esta campaña, se separarían definitivamente las dos vertientes principales de
la guerrilla argentina (léase
peronista-no peronista), atravesadas por la figura de Perón.
Elecciones 1973 -
‘Cámpora al gobierno, Perón al poder’/¿el fin de la utopía armada?
Para 1973 la situación era cada vez más favorable a una tímida
apertura democrática que, por una parte, confirmaba el objetivo que se había
propuesto las organizaciones peronistas –el retorno de aquello que el líder
había representado-, y por el otro, coartaba toda iniciativa de persecución del
socialismo a través de la opción armada. La campaña electoral manifiesta de
hecho las profundas diferencias ideológicas entre peronistas y no peronistas, y
nos muestra, por una parte, un PRT que se enfrenta abiertamente a Perón, y
plantea una fuga hacia adelante, a Montoneros plegado al nuevo FREJULI con
intenciones de abandonar las armas (al menos hasta 1974) y a FAP visiblemente
deteriorado, con un fuerte fraccionamiento interno.
En principio observemos el desarrollo de FAP. ¿Qué significado
tuvieron las elecciones de 1973 para las FAP? ¿Era posible convalidar la lucha
armada en un contexto que, aunque condicionado, levantaba la proscripción
peronista después de 17 años? ¿Se creía en la legitimidad de estas elecciones?
¿Qué rol jugaría Perón? ¿La lealtad había cambiado de dueño para las FAP?
Tanto la apertura democrática, el escepticismo ante las
condiciones que imponía el régimen (entre las que contamos la imposibilidad de
que Perón sea el candidato), el temor ante la posibilidad del fraude o el no
reconocimiento de una eventual victoria peronista, llevaron a las FAP a
continuar en el camino de las rupturas.
El sector de los “oscuros”,
con Envar El Kadri y los presos de Taco Ralo a la cabeza, consideraban que la
coyuntura necesitaba una respuesta política y no una ideológica, ante lo cual
resultaba evidente la necesidad de apoyar la candidatura de Héctor Cámpora para
la presidencia.
Por otra parte, el sector más “alternativista”
veía que las elecciones no cambiarían la situación, que el gobierno continuaría
siendo burgués y que a la clase obrera no le importaba el resultado de las
elecciones, bajo esta línea de interpretación se van a alinear las regionales
del interior que llevaban adelante la propuesta del voto en blanco.
Estas diferencias sustanciales continuaban hiriendo el cuerpo y la
unidad de las FAP, diferencias que tendrían que resolverse ante una nueva
ruptura, que dará origen a las FAP-Comando Nacional.
Es así que ante la situación electoral que, si bien no implicaba
las conquistas por las cuales habían luchado, proyectaba el levantamiento de la
proscripción del peronismo tras 17 años de hostigamiento y persecución, las FAP
se encontraban nuevamente divididas en:
·
FAP: que planteaban el apoyo a
Cámpora y la suspensión de la lucha armada, y
·
FAP-Comando Nacional: que no sólo no
apoyaban a Cámpora y proponían el voto en blanco, sino que también rompían con
Perón y seguirían operando militarmente. (Hay en esta fracción una lectura de
los hechos similar a la que luego veremos realiza ERP con respecto a las
elecciones).
Vemos entonces que la opción por la lucha armada seguía vigente en
un importante sector de las FAP incluso cuando, con notorias condiciones, se
promovía la apertura democrática, el levantamiento de la proscripción y las
condiciones de posibilidad para que, una vez ganadas las elecciones, se diera
el regreso del Gral. Perón.
Estas diferencias no hacen más que remarcar el recorrido interno
que ha tenido la propia organización a lo largo de los años, que fueron
definiendo postura a partir de los sucesos que se iban dando en el escenario
político nacional. La estructura de las FAP se había complejizado y ya no era
la de sus orígenes.
Para la otra organización peronista, Montoneros, la llegada de las
elecciones en 1973 fue un momento crucial: pactado el regreso del líder, y
siendo Montoneros parte de un movimiento que lo superaba, el Movimiento
Peronista, la opción por las armas perdía legitimidad hacia su interior y la
organización debía alistarse para ocupar un nuevo rol dentro del juego
democrático iniciado con la apertura electoral. El objetivo largamente ansiado
desde 1955 había llegado y Perón volvía a conducir desde el poder al pueblo
argentino. No habría más que esperar que tome las riendas de la política
nacional y reconduzca a la nación hacia el socialismo.
La confianza ciega de Montoneros en su líder los hizo dejar las
armas y subsumirse al nuevo proyecto democrático que el peronismo encarnaba.
Con el correr de los meses tras la asunción de Perón a la presidencia, la
sucesión de las medidas antipopulares eran entendidas como la filtración de
cuadros de la derecha peronista en el gobierno, pero no como las verdaderas
políticas que el General pretendía llevar adelante. Hasta el anecdótico momento
en que su líder los echa de la plaza tratándolos de “imberbes y estúpidos”,
Montoneros confiaba en el carácter revolucionario de Perón; de ahí en adelante
la desilusión les recobraría las armas con las que venían luchando hasta su
regreso al país.
La respuesta más radical y diferente frente a las elecciones fue
la del ERP, quien se alejó completamente de cualquier acuerdo posible con el
nuevo gobierno democrático. El partido comenzó a participar del creciente
sindicalismo clasista, que luego se nuclearían alrededor del Movimiento
Sindical de Base, como oposición al sindicalismo que luchaba dentro de la CGT por lar recuperación sindical.
Resulta paradigmático cómo una estructura como el PRT-ERP que a su
manera lograba insertarse en las masas y revelaba notable lucidez para la
lectura coyuntural, lo que significaba el GAN, previendo incluso
acontecimientos posteriores como el comportamiento del futuro gobierno
democrático, no pudiera hacer una correcta lectura de la situación política
existente. Creemos que, en cierta medida se vieron coartados por las presiones
militaristas que, dada la vertiginosidad de los acontecimientos, se plantearon como
un hecho sin retorno que signó el futuro del ERP. Embarcados en las acciones
militares, que estaban dándole modestos pero reales resultados, las opciones
frente a las elecciones fueron tan ambiguas como en el principio se habían
planteado frente al GAN. Hasta último momento cuestionaron la indiscutida
expectativa del pueblo con las elecciones, contraponiendo su visión de una
supuesta indiferencia. En los hechos se demostró que la aplastante victoria de
Campora nucleaba el 80% de los votos de
la clase obrera.
Al interior del partido, se cuestionó la negativa a apoyar al gobierno,
preguntándose si en verdad podía desoírse el voto de casi 6 millones de
personas que se pronunciaron por el triunfo peronista. Lo cierto es que el
grueso de la militancia del ERP no apoyaba las elecciones. Si bien la decisión
fue no confrontar abiertamente con un gobierno elegido por el pueblo, lo cierto
es que se pretendió continuar con las acciones dirigidas a punto estratégicas
puntuales que eran considerados contrarevolucionarios
–empresas multinacionales y cuarteles militares.
Años vista, creemos que el
triunfo del peronismo significó el ocaso de la hipótesis de la
insurrección armada. Sin embargo, podemos entender que la opción por la
violencia, incluso una vez concretada la apertura democrática y el regreso de
Perón, terminará resultando una opción válida porque el peronismo lejos estuvo
de plasmar aquello que decía representar.
El gobierno popular no operó como tal y cerró filas con la
burocracia sindical y el lopezrreguismo, la liberación nacional y la revolución
social no resultaron ser las banderas del peronismo en el poder.