viernes, 16 de mayo de 2014

ERP, FAP y Montoneros. "Los setentas" - Parte II


Hacia la cristalización de la opción violenta: las OPM luego del Cordobazo (1969)

El Cordobazo significó, no sólo para las pujantes organizaciones guerrilleras sino para gran parte de los sectores populares, el punto de quiebre de un modelo dictatorial que había comenzado tres años atrás. Selló en algún sentido la suerte del Onganiato ya que demostró a la claras el fuerte rechazo que dicho modelo generaba en el pueblo argentino. No solo deterioró el poder de Onganía, sino que marcó el comienzo de las diferencias al interior de las FFAA, que trae como consecuencia el reemplazo por el general Levington, y a este por Lanusse en el poder.
Es sabido que el rasgo característico fundamental  del Cordobazo en relación con las luchas populares anteriormente libradas fue el papel jugado por la próspera e instruida clase obrera automotriz. Para algunas de las OPM ese momento implicó el  comienzo de la denominada guerrilla urbana. Dentro del ERP, Santucho se traslada a Córdoba, y en cierta medida se reconcilia con un prejuicio ideológico que arrastraba desde los orígenes del FRIP: la noción de que el proletariado industrial no podía ser la ‘vanguardia’ del movimiento a la revolución, sino que ésta estaba representada por el campesinado tucumano.
Es interesante recalcar que el Cordobazo es la primera insurrección popular en donde el peronismo no lidera: excedió sus límites y planteó la posibilidad de avanzar hacia una solución revolucionaria de la crisis del Estado.
Excedió incluso el trabajo de base de las propias organizaciones guerrilleras: FAP y PRT ven pasar los hechos sin tener una activa participación. Sin embargo, los hechos desencadenados en mayo generaron respuestas diversas y a la vez más radicalizadas de parte de las organizaciones guerrilleras peronistas y no peronistas. Incluso Montoneros, que surge como tal un año después de estos hechos, lo hace al calor de una lectura del Corbobazo. Vale preguntarse, ¿influyó el Cordobazo tanto en las FAP como en el PRT de cara a la reivindicación de las prácticas violentas de lucha? ¿De qué manera?

Dentro de la órbita no peronista, en el PRT y como consecuencia del Cordobazo, en 1970, se convocó al V Congreso. Aquí se funda el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) ‘con el objeto de desorganizar las fuerzas armadas del régimen para hacer posible la insurrección victoriosa del proletariado y del pueblo’. Se adopta el modelo vietnamita de relaciones entre partido y ejército revolucionario, y se concibe la guerra popular como una guerra con decidida participación de las masas, siguiendo la línea de los levantamientos del año anterior.
Entre los planteos de ese congreso hay una apuesta clara, al menos en las resoluciones, de hacer primar el trabajo de base y la actividad política. De todas formas, Mattini observa y denuncia, quizás, el militarismo creciente en el interior de la organización, principalmente en la tendencia leninista liderada por Santucho, más allá de todas las teorizaciones acerca del trabajo de masas, y la importancia del carácter popular de la lucha armada.
Si bien el V Congreso no determina la opción por la lucha armada, la cristaliza: se habla ya de ‘guerra revolucionaria’, término que implica un paso adelante en la resistencia. El flamante ERP sostiene en aquel congreso, que ésta ya había comenzado, insistiendo además en el carácter prolongado de la misma. Mattini entiende estas aseveraciones como condicionantes de toda la política posterior. El otro error que observa, fue creer en la inevitabilidad del proceso, en la idea de que una vez abierto el proceso revolucionario, éste seguiría su curso ininterrumpido hacia la victoria.
En cierta medida se pone de manifiesto con mayor importancia algunos rasgos trotskistas presentes desde el comienzo en la organización. El hecho que lo demuestra claramente es la adhesión a la IV Internacional, defendida por Santucho cuando 6 años antes había estado en contra. Creemos que son estos los momentos en donde la justificación de la vía armada apoyada en la complacencia popular revela síntomas tensos y contradictorios: de aquí en más el ERP experimentará el mayor auge, una aceptación popular nada desdeñable, y sin embargo el trabajo de base, al interior de las fábricas y en el seno de la clase proletaria ya no será una prioridad –aunque los papeles y documentos del Buró Político digan lo contrario.

Consideremos  ahora a las organizaciones peronistas por separado: la revuelta obrero-estudiantil en Córdoba, con coletazos en varios centros urbanos del país, implicó nuevas discusiones hacia el interior de las FAP, en un doble sentido: en sentido metodológico y, si se quiere, en términos de vanguardia. En primer lugar, en términos metodológicos el Cordobazo nos presenta al espontaneísmo, o mejor, la teoría de la insurgencia general como una potente vía revolucionaria en la Argentina. Es decir, la principal manifestación popular obrero-estudiantil viene a mostrar a las organizaciones armadas la potencia de la insurrección, en tanto camino alternativo para la lucha revolucionaria en la Argentina.
El peso de los hechos marcaron limites a la Revolución Argentina, pero las FAP no creían que la batalla contra la reacción se podía dar sólo en este terreno, más bien creían que, aunque válido en términos de desgaste del enemigo, el camino insurreccional era insuficiente y  resultaba esencial abordar el camino de la lucha armada[1].
Huelga aclarar que el Cordobazo es visto con buenos ojos por las FAP que, desde la lucha armada, intentarán confluir con estas nuevas formas de lucha revolucionaria para consolidar una estrategia de conjunto[2] frente a la contrarrevolución.
Por otro lado, el Cordobazo imprimió un “sesgo nostalgioso” en las FAP, dado que ni su metodología de acción (lucha armada) ni su estructura político-militar, estuvo en las calles del barrio Clínicas junto al pueblo resistiendo la ignominia y la represión del régimen[3].
Como ocurrió con el PRT, para las FAP el Cordobazo no definió la opción por la lucha armada, porque ésta elección se había dado previamente en la propia organización. Pero si resultó ser un llamado de atención sobre la presencia del pueblo, al que creían domesticado, dormido y quebrado[4]. Atendiendo a la pregunta, podemos argumentar que el Cordobazo dio sentido a la lucha que llevaban adelante las FAP, pero también marcó nuevas preguntas sobre la manera en que ésta debía ser llevada adelante. Era hora de articular con las distintas formas de lucha revolucionaria, sean éstas armadas o no.
Pero esta salvedad no les impidió identificar en el “post-Cordobazo” la necesidad de dar inicio a la Guerra del Pueblo, en pos de ajusticiar a sus enemigos[5]
La violencia política era ahora legitimada por la mayor parte del pueblo, lo cual vistió de aplomo a la metodología que las organizaciones político-militares habían elegido como válida para llevar adelante frente a las fuerzas de la reacción, la lucha armada ya no era cuestión de vanguardias.

Si bien Montoneros nace con posterioridad al Cordobazo, la lectura que éste hace de aquél acontecimiento es un elemento fundamental para comprender las características que aquella organización adquirirá en los primeros años de la década del 70. El Cordobazo había, por un lado, denotado la conciencia que el pueblo tenía respecto del régimen dictatorial instaurado en 1966, y por otro, evidenciado la carencia de la táctica insurreccional como método de lucha revolucionaria. A la vez que brindaba un optimismo innegable como catalizador del grado de represión que el pueblo estaba dispuesto a soportar, obligaba a reformular la forma que habría de darle a la lucha si se pretendía alcanzar la sociedad socialista.
El aprendizaje que dejó el Cordobazo para Montoneros, es que la táctica insurreccional está agotada como forma de lucha –como así también lo estaba la forma electoral-, de ahora en adelante la estrategia debía ser la lucha armada. Ella misma generaría las condiciones que hasta el momento no se habían dado para la toma del poder; y si bien el trabajo político o de base no debía abandonarse, la lucha armada en el plano militar era el costado primordial de la lucha revolucionaria. El poder de las armas para combatir al enemigo no sólo se demostraba en el enfrentamiento militar, también podía comprenderse como una táctica que obligaría al pueblo a tomar parte en la lucha, alistándose con la oligarquía imperialista o con el Movimiento Peronista que conduciría a la liberación de la patria.
La guerra popular con la que se debía combatir a la oligarquía y al imperialismo debía “ser total, nacional y prolongada”[6], esto quiere decir que el combate se debe librar en todos los frentes, el sindical, el barrial, el universitario, y adoptando la forma de guerra revolucionaria que lucha tanto en el plano militar como en el económico, político y cultural. La lucha pretende ser ‘nacional’ porque busca ser extendida hacia el resto del pueblo mediante la acción guerrillera urbana (foco urbano), emanando conciencia hacia el resto de la población, y es ‘prolongada’ como toda guerra revolucionaria que actúa en pequeños combates desgastando lentamente a un enemigo que se lo entiende mucho mayor que la organización. Mientras éste era el método revolucionario, la forma organizativa que debiera adquirir era la organización político-militar: la actividad estrictamente militar no es más que la continuación de la política por otros medios, ahora inevitables, ya que se vieron agotadas las demás instancias de lucha y no queda otra salida que la destrucción física del enemigo.
Para las OPM entonces, el Cordobazo marcará el comienzo de un inusitado auge y aceptación popular de los métodos empleados; vemos que para las tres la opción por la violencia es clara y se hace carne en muchas operaciones realizadas en el período, con la plena confianza de encontrarse en el camino correcto al socialismo.
Como balance político las OPM se encontraron después del Cordobazo con la ratificación de que el enemigo era vulnerable, con la certeza de que debía radicalizarse la lucha armada, para articularla con la creciente insurrección popular, y con un aparato militar que, desgastado, comenzará a buscar una salida electoral[7], en tanto respuesta a las crecientes demandas de un pueblo que rápidamente se alzaba en armas.

La respuesta política: el Gran Acuerdo Nacional y su implicancia en las organizaciones político-militares

Como vimos en el desarrollo anterior, el Cordobazo provocó un gran impulso en las organizaciones armadas. El movimiento de masas se aproximó en aquel tiempo al hito más alto quizás de su historia. La unidad del pueblo se palpaba de hecho, el momento de auge de las tres OPM da la pauta de que, en cierta forma, la conciencia antiimperialista crecía, y se hacía carne en la juventud, cada vez más radicalizada. El segundo Cordobazo, o vivorazo de 1971  marca por primera vez el entrelazamiento entre las manifestaciones espontáneas y las acciones guerrilleras.
El temor de que la situación se hiciera ingobernable, aceleró en cierto sentido los tiempos previstos para la normalización democrática, obligando a las FFAA a reconsiderar su estrategia de cara a la revolución. A comienzos de 1971 ya se podían escuchar algunas voces de las propias FFAA que bregaban por una “apertura electoral”, claro está, con ciertas condiciones. El GAN surge entonces como una respuesta política desde los sectores “moderados” de las fuerzas armadas; con el objetivo de aplastar la creciente subversión y organizar una retirada en orden de la escena política; entendiéndose que ambas iban juntas, de ahí la idea de un acuerdo. Si para 1966 el Onganiato había legitimado la opción armada como forma de lucha, el GAN era la respuesta política de una burguesía a esa misma situación revolucionaria[8].
Observamos pues, un hecho fundamental que sella el destino venidero de las OPM, constatándose rasgos de coincidencia en su insistencia militarista posterior, y en las profundas diferencias identitarias que marcan un límite a los intentos de encausar acciones en conjunto. Se pone a la vista la presencia de un actor que juega un rol fundamental en este proceso, el mismo Perón, con su ambivalencia discursiva hacia la opción armada, y la apuesta de su retorno a la escena política nacional.
La postura de las OPM frente al GAN es similar en sus comienzos, el acuerdo es visto con desconfianza por estos sectores, incluso como una farsa que pretende ahogar la movilización aislando a la guerrilla.
Hacia el interior de las FAP se hacían evidentes nuevas contradicciones. Habían llegado a un punto en el que, si bien no rompían con Perón, se mostraban mas distantes[9] y se comenzaba a construir una alternativa independiente, revolucionaria y de clase como camino real hacia la toma del poder por parte de la clase trabajadora.
Vemos aquí como las FAP comenzaban a incorporar a su “visión de mundo” la óptica marxista de análisis de la realidad. Vale decir, las FAP reafirmaban su condición identitaria peronista, pero incorporaban a su vez, la metodología marxista de análisis. Estas tensiones internas salen a la luz en las propias reivindicaciones de las FAP que bregaban al mismo tiempo por: “la revolución social” y “la liberación nacional”[10], banderas las cuales, aunque no contradictorias, provienen de fuentes diferentes y marcaban cierta heterogeneidad ideológica hacia el interior de las FAP.
En este contexto la propia organización lleva adelante lo que se dio a llamar “Proceso de homogenización política compulsiva (PHIC)”, que traía a colación la incorporación del análisis marxista de la realidad argentina a la identidad peronista, en pos de la superación de la visión foquista de la lucha armada.[11]
Algunos sectores de las  FAP leían que la herramienta del foquismo no estaba dando respuestas al asenso de masas, al coqueteo de Perón con la burocracia sindical, que tiene su punto mas álgido en la “Hora del pueblo”, ni a la apertura democrática propuesta por el régimen. Esta suma de factores desnudó a las FAP, que no contemplaron desde su génesis la posibilidad de la participación político-institucional, sea esta por fuera o por dentro del movimiento peronista, como argumenta Luvecce.
Las contradicciones estaban representadas por dos visiones, a saber:
  • los iluminados” que veían la necesidad de priorizar la organización de la clase obrera, relativizaban la influencia de Perón y los que posteriormente lanzarían la “Alternativa independiente de la clase obrera”.
  • los oscuros” valoraban el rol de Perón como revolucionario activo, creían en la construcción de mayorías por sobre las contradicciones internas, relativizaban la centralidad de la hegemonía de la clase obrera. Gran parte de este grupo pasaría a engordar a las otras OPM luego de la escisión post PHIC[12].

Resulta necesario destacar estas contradicciones internas antes de desarrollar la influencia del GAN en las FAP porque a partir de una breve caracterización se puede visualizar la efectividad que tuvo “la apertura democrática” para desarticular la estructura original de las FAP.
El proceso de “homogeneización política compulsiva” tuvo como resultado el quiebre de la unidad de las FAP. La división entre “oscuros” e “iluminados” no resultó en una síntesis superadora.
Incluso se decidió separar de la conducción de las FAP a quien fuera uno de sus más importantes miembros, nada menos que a Envar “Cacho” El Kadri,  por esos años preso con los compañeros de Taco Ralo, pero muy al tanto de las cuestiones que sangraban a las FAP.[13]
Esta decisión demuestra que se impuso la postura de los “iluminados” que planteaban, como marcamos más arriba, la idea de la autonomía organizativa de la clase obrera peronista, en una mezcla de marxismo gramsciano y peronismo clasista, al decir de Cacho El Kadri.
El PHIC se dio al calor de nuevas coyunturas nacientes en el país del pos Cordobazo, y que de alguna manera intentó ser la respuesta interna de las FAP a la movilización de masas, a la cercanía de Perón y la burocracia sindical y a la apertura democrática. Propuesta que se exteriorizará con la “Alternativa Independiente de la clase Obrera”, en el año 1971.
Esta propuesta tenia la intención de promover la unificación de las FAP con las FAR y un sector de Montoneros, lo cual implicaba, siguiendo a Luvecce, la ruptura con cualquier tipo de participación del movimiento peronista y la construcción de un poder paralelo y autónomo de la clase obrera.
Esta experiencia terminó en fracaso, dado que nunca se concreto la unión con las otras OPM y la “alternativa” redundó en el aislamiento político de las FAP[14], que nadaron en la abstracción de esta estrategia y en la falta de políticas para la clase obrera de la cual se arrogaban su representatividad.
En septiembre de 1972 se produce la ruptura de las FAP en un marco de búsqueda estratégica de cara a la apertura electoral con participación (condicionada) del peronismo.
Preguntémonos entonces ¿Qué límites marcó el GAN en la opción por la lucha armada en las FAP?
Este interrogante nos deja bien cerca de las tensiones hacia el interior de las FAP, pero digamos que la salida electoral, pactada con condiciones posteriormente para el 11 de marzo de 1973, construyó un cerco que relativizó la masiva connivencia popular hacia la violencia política representada en la lucha armada, dando comienzo a un creciente aislamiento de las OPM respecto de las masas, separación que tendrá su pico máximo tras la instauración del gobierno peronista.

Montoneros entendió primeramente al acuerdo como una farsa dispuesta a deslegitimar la opción por la violencia armada. El GAN se comprende como el manotazo de ahogado de las clases monopolistas dominantes que han perdido toda legitimidad en su accionar político; han quedado aisladas y pretenden una nueva maniobra política que busca la ampliación de su base de poder. Según Montoneros, la crisis que pretende enfrentar este nuevo proyecto político se relaciona con los sucesivos fracasos que los militares –asociados a las clases económicamente dominantes- vienen sufriendo desde 1955.
Para la organización el GAN no pretende otra cosa que neutralizar el carácter revolucionario del movimiento y de su líder e integrarlo a las consignas reformistas que promueve la clase media. “…el GAN no es un simple llamado a elecciones, sino a elecciones condicionadas a un acuerdo”[15], dirán en un documento interno de 1971 haciendo alusión a la búsqueda por parte del enemigo para encontrar alianzas en la burocracia sindical y política que consigan ampliar la base de poder gubernamental sobre la que se apoya. El GAN no es entonces más que el desgaste las clases dominantes y la evidencia de que sin la fuerza política peronista no hay gobierno legítimo que pueda mantenerse en el poder. Es un “…despliegue publicitario y de acción psicológica para intentar mostrarse como de “apertura popular””[16], forma parte de una estrategia que intenta contener el avance popular que los trabajadores vienen construyendo desde el Cordobazo.
Con el GAN, la tecnocracia militarizada lanza un nuevo plan que pretende integrar al peronismo con sus elementos más nefastos, tendencias que dieron lugar al participacionismo y al colaboracionismo, dos de las formas más usuales de traición al Movimiento. La supuesta vocación democrática del gobierno de Lanusse no es sino la única opción que le queda a un gobierno que se ve ahogado por el “creciente y victorioso avance de la lucha revolucionaria popular”[17]. Es por esto, que ante tal lectura de la situación Montoneros no opta otra cosa más que “…proseguir la lucha y la organización revolucionaria del pueblo. Reconquistar el poder y lograr la construcción del socialismo nacional.”[18]


Para el PRT-ERP la visión del acuerdo es similar. Este implicó una absolutización de la vía insurreccional, y una subestimación de la capacidad política del peronismo y del propio Perón. El descrédito al acuerdo es profundo, y creemos que la lectura que hacen de los efectos que puede tener es ajustada, sin embargo, las decisiones que se tomaron al respecto revelaron una indisimulable desviación militarista, que genera conflictos al interior de la propia organización. Aunque se poseyera una voluntad de masas, esto no quería decir que hubiera una correcta política de masas; a la organización le estaba costando calar hondo en las actividades de base, puesto que a su vez sostenía focos guerrilleros urbanos e intentos de focos rurales. Las diferencias al interior del Buró Político se profundizaron, el propio Santucho preso brindaba respuestas ambiguas al que hacer frente a la creciente voluntad represiva y a la política de Lanusse. Aunque se estaban perdiendo muchos cuadros guerrilleros, la organización crecía, como lo hacían las demás en aquel tiempo. Creemos que el error estuvo dado en la ambigua y dual respuesta al acuerdo: mientras una parte del partido luchaba en los comités de base con la táctica de la participación, otra lo hacía con la línea del boicot. Para ambas, la democratización no aparecía como una posible vía al socialismo, sino como “un instrumento para oxigenarse de la lucha clandestina”[19]. Es en esa respuesta donde se hacen sentir todos los prejuicios ideológicos que acarreaba el PRT desde su origen: enfrentar al GAN no era otra cosa que enfrentarse a Lanusse y a Perón a la vez, lo que constituyó un gran favor a la dictadura.
Con gran parte de sus cuadros principales presos, se lleva a cabo en 1972 quizás la única acción conjunta de PRT y Montoneros, la fuga del penal de Rawson. Este hecho es también importante porque marca el inicio de la guerra sucia contrarrevolucionaria, la incorporación abierta de fuerzas armadas en la utilización de elementos represivos atroces e ilegales[20]
Concluyamos entonces que el GAN resultó ser la respuesta política a la violencia organizada, con el agregado de que para 1972 existía una cierta base para la convergencia de las organizaciones guerrilleras, pasible por la creencia de Montoneros de la proscripción peronista. Podemos observar un cambio de paradigma en las condiciones de la lucha armada, y quizás el comienzo de una etapa en la que las armas pretendieron determinar las condiciones políticas, lo cual implicará un quiebre en términos de legitimación de la violencia política, una vez elegido popularmente el tercer gobierno peronista. Con el inicio de esta campaña, se separarían definitivamente las dos vertientes principales de la guerrilla argentina (léase peronista-no peronista), atravesadas por la figura de Perón.

Elecciones 1973 - ‘Cámpora al gobierno, Perón al poder’/¿el fin de la utopía armada?

Para 1973 la situación era cada vez más favorable a una tímida apertura democrática que, por una parte, confirmaba el objetivo que se había propuesto las organizaciones peronistas –el retorno de aquello que el líder había representado-, y por el otro, coartaba toda iniciativa de persecución del socialismo a través de la opción armada. La campaña electoral manifiesta de hecho las profundas diferencias ideológicas entre peronistas y no peronistas, y nos muestra, por una parte, un PRT que se enfrenta abiertamente a Perón, y plantea una fuga hacia adelante, a Montoneros plegado al nuevo FREJULI con intenciones de abandonar las armas (al menos hasta 1974) y a FAP visiblemente deteriorado, con un fuerte fraccionamiento interno.
En principio observemos el desarrollo de FAP. ¿Qué significado tuvieron las elecciones de 1973 para las FAP? ¿Era posible convalidar la lucha armada en un contexto que, aunque condicionado, levantaba la proscripción peronista después de 17 años? ¿Se creía en la legitimidad de estas elecciones? ¿Qué rol jugaría Perón? ¿La lealtad había cambiado de dueño para las FAP?
Tanto la apertura democrática, el escepticismo ante las condiciones que imponía el régimen (entre las que contamos la imposibilidad de que Perón sea el candidato), el temor ante la posibilidad del fraude o el no reconocimiento de una eventual victoria peronista, llevaron a las FAP a continuar en el camino de las rupturas.
El sector de los “oscuros”, con Envar El Kadri y los presos de Taco Ralo a la cabeza, consideraban que la coyuntura necesitaba una respuesta política y no una ideológica, ante lo cual resultaba evidente la necesidad de apoyar la candidatura de Héctor Cámpora para la presidencia[21].
Por otra parte, el sector más “alternativista” veía que las elecciones no cambiarían la situación, que el gobierno continuaría siendo burgués y que a la clase obrera no le importaba el resultado de las elecciones, bajo esta línea de interpretación se van a alinear las regionales del interior que llevaban adelante la propuesta del voto en blanco.
Estas diferencias sustanciales continuaban hiriendo el cuerpo y la unidad de las FAP, diferencias que tendrían que resolverse ante una nueva ruptura, que dará origen a las FAP-Comando Nacional.
Es así que ante la situación electoral que, si bien no implicaba las conquistas por las cuales habían luchado, proyectaba el levantamiento de la proscripción del peronismo tras 17 años de hostigamiento y persecución, las FAP se encontraban nuevamente divididas en:
·         FAP: que planteaban el apoyo a Cámpora y la suspensión de la lucha armada, y
·         FAP-Comando Nacional: que no sólo no apoyaban a Cámpora y proponían el voto en blanco, sino que también rompían con Perón y seguirían operando militarmente. (Hay en esta fracción una lectura de los hechos similar a la que luego veremos realiza ERP con respecto a las elecciones).

Vemos entonces que la opción por la lucha armada seguía vigente en un importante sector de las FAP incluso cuando, con notorias condiciones, se promovía la apertura democrática, el levantamiento de la proscripción y las condiciones de posibilidad para que, una vez ganadas las elecciones, se diera el regreso del Gral. Perón.
Estas diferencias no hacen más que remarcar el recorrido interno que ha tenido la propia organización a lo largo de los años, que fueron definiendo postura a partir de los sucesos que se iban dando en el escenario político nacional. La estructura de las FAP se había complejizado y ya no era la de sus orígenes.
Para la otra organización peronista, Montoneros, la llegada de las elecciones en 1973 fue un momento crucial: pactado el regreso del líder, y siendo Montoneros parte de un movimiento que lo superaba, el Movimiento Peronista, la opción por las armas perdía legitimidad hacia su interior y la organización debía alistarse para ocupar un nuevo rol dentro del juego democrático iniciado con la apertura electoral. El objetivo largamente ansiado desde 1955 había llegado y Perón volvía a conducir desde el poder al pueblo argentino. No habría más que esperar que tome las riendas de la política nacional y reconduzca a la nación hacia el socialismo.
La confianza ciega de Montoneros en su líder los hizo dejar las armas y subsumirse al nuevo proyecto democrático que el peronismo encarnaba. Con el correr de los meses tras la asunción de Perón a la presidencia, la sucesión de las medidas antipopulares eran entendidas como la filtración de cuadros de la derecha peronista en el gobierno, pero no como las verdaderas políticas que el General pretendía llevar adelante. Hasta el anecdótico momento en que su líder los echa de la plaza tratándolos de “imberbes y estúpidos”, Montoneros confiaba en el carácter revolucionario de Perón; de ahí en adelante la desilusión les recobraría las armas con las que venían luchando hasta su regreso al país. 
La respuesta más radical y diferente frente a las elecciones fue la del ERP, quien se alejó completamente de cualquier acuerdo posible con el nuevo gobierno democrático. El partido comenzó a participar del creciente sindicalismo clasista, que luego se nuclearían alrededor del Movimiento Sindical de Base, como oposición al sindicalismo que luchaba dentro de la CGT por lar recuperación sindical.
Resulta paradigmático cómo una estructura como el PRT-ERP que a su manera lograba insertarse en las masas y revelaba notable lucidez para la lectura coyuntural, lo que significaba el GAN, previendo incluso acontecimientos posteriores como el comportamiento del futuro gobierno democrático, no pudiera hacer una correcta lectura de la situación política existente. Creemos que, en cierta medida se vieron coartados por las presiones militaristas que, dada la vertiginosidad de los acontecimientos, se plantearon como un hecho sin retorno que signó el futuro del ERP. Embarcados en las acciones militares, que estaban dándole modestos pero reales resultados, las opciones frente a las elecciones fueron tan ambiguas como en el principio se habían planteado frente al GAN. Hasta último momento cuestionaron la indiscutida expectativa del pueblo con las elecciones, contraponiendo su visión de una supuesta indiferencia. En los hechos se demostró que la aplastante victoria de Campora nucleaba el 80%  de los votos de la clase obrera[22]. Al interior del partido, se cuestionó la negativa a apoyar al gobierno, preguntándose si en verdad podía desoírse el voto de casi 6 millones de personas que se pronunciaron por el triunfo peronista. Lo cierto es que el grueso de la militancia del ERP no apoyaba las elecciones. Si bien la decisión fue no confrontar abiertamente con un gobierno elegido por el pueblo, lo cierto es que se pretendió continuar con las acciones dirigidas a punto estratégicas puntuales que eran considerados contrarevolucionarios –empresas multinacionales y cuarteles militares[23].

Años vista, creemos que el  triunfo del peronismo significó el ocaso de la hipótesis de la insurrección armada. Sin embargo, podemos entender que la opción por la violencia, incluso una vez concretada la apertura democrática y el regreso de Perón, terminará resultando una opción válida porque el peronismo lejos estuvo de plasmar aquello que decía representar.
El gobierno popular no operó como tal y cerró filas con la burocracia sindical y el lopezrreguismo, la liberación nacional y la revolución social no resultaron ser las banderas del peronismo en el poder.




[1] Entrevista a las FAP: en Cristianismo y revolución, Año IVN. 25, septiembre 1970.
[2] Entrvista a las FAP: Op. cit.
[3] Reportaje a las FAP: “Con las armas en la mano”, en Cristianismo y revolución. Año IV N. 28, abril 1971
[4] Reportaje a las FAP: Op. cit.
[5] DUHALDE, Eduardo Luis: Op. Cit. p. 121.
[6] GASPARINI, Juan; Montoneros: final de cuentas. Pág. 33
[7] LUVECCE, Cecilia: Op. cit. p. 63.
[8] MATTINI, Luis. Op. Cit  p.91
[9] ANGUITA, Eduardo / CAPARROS, Martín: Op. cit. Tomo III. p.341.
[10] ¿Por qué somos peronistas?, En: DUHALDE, Eduardo Luis: Op. Cit. p.136.
[11] Envar el Kadri, En: LUVECCE, Cecilia: Op. cit. p 98.
[12] Entre los cuales podemos nombrar a Rodolfo Walsh, antes cercano a FAP y ahora relacionado con Montoneros.
[13] ANGUITA, Eduardo / CAPARROS, Martín: Op. cit. Tomo II. p. 344.
[14] LUVECCE, Cecilia: Op. cit. p. 103.
[15] Montoneros. Línea político militar. Documento interno. 1971
[16] Declaración  de  organizaciones y agrupaciones del Movimiento Peronistas. 27 de marzo de 1971.
[17] Ídem.
[18] Ídem.
[19] MATTINI, Luis. Op. Cit. P 110.
[20] SANTUCHO, Julio. Los últimos guevaristas, p. 185
[21] ANGUITA, Eduardo / CAPARROS, Martín: Op. cit. Tomo II. p. 730.
[22] SANTUCHO, Julio. Op cit, p. 190.
[23] “Porque el ejercito no dejara de combatir” en: http://www.cedema.org/ver.php?id=263

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