A continuación se intentará identificar el rol de la clase dirigente en la conformación del Estado Moderno tanto en China, en Corea, como en Japón y su influencia en los procesos contemporáneos. Para llevar adelante este ejercicio tenemos la obligación de aclarar de qué hablamos cuando hablamos de Estado Moderno. Así es qué, consideraciones aparte, tomaremos la definición clásica de Max Weber, por la que entendemos al Estado Moderno como una relación de dominación de hombres sobre hombres, que se sostiene por medio de la violencia legítima. El Estado emerge como un conjunto de instituciones que ejercen autoridad, e implica el monopolio legítimo de la coerción sobre un territorio determinado[i].
Antes de comenzar con las particularidades que asume en cada uno de
los países, debemos hacer la aclaración, aunque obvia, de que la construcción
del Estado Moderno no es un proceso lineal sino que es producto de un proceso histórico y
contradictorio, en el cual se interrelacionan elementos económicos,
sociopolíticos, culturales y morales.
* China. Cuando hablamos del proceso de construcción de un Estado Moderno
nos sumergimos en un interminable entramado de rupturas y continuidades que van
conformando las particularidades de dicho proceso. En clave un tanto
esquemática hemos decidido aquí identificar el rol de la clase dirigente en
aquellos procesos que gestaron la construcción del Estado Moderno chino y que,
aún hoy, determinan los procesos de construcción socio-político contemporáneos.
La consolidación de la Primer República China (1912-15) nos sirve aquí
como punto de partida (si es que existe alguno) a la hora de identificar los
roles y las lógicas de comportamiento de la élite dirigente. La primer República
se consolida tras una larga decadencia del poder imperial (Con la caída de la
dinastía Quing – 1644/1912), pero básicamente emerge como una fuerte crítica a
la hereditaria burocracia confuciana[ii]
y a la estructura social reinante tras milenios imperiales, en dónde se podía
encontrar una sociedad claramente estratificada, y en la que la familia
imperial y en ella el emperador, junto con los funcionarios letrados[iii]
ejercían la dominación sobre campesinos, artesanos y comerciantes cada vez mas
pauperizados.
A este escenario interno se le va a sumar una despiadada intromisión
extranjera, que asumen la forma de enfrentamientos bélicos, entre ellos: las
dos Guerras del Opio (1839-42 / 1856-60) como claras demostraciones de la
agresión comercial[iv]
de las potencias occidentales y que dieron inicio a la “era de los tratados desiguales”, la guerra anglo-francesa contra
China (1860-61), la guerra Japonesa contra China (1894-95) y la guerra
Ruso-Japonés (1904-05) que tuvo lugar en tierra China.
Todo esto confluye en un agotamiento del poder central y en dos
grandes rebeliones internas: la Rebelión Taiping (1850-65) y la Rebelión de los Nien
(1852-68) que serán caracterizadas como antecedentes directos de los
levantamientos revolucionarios del S
XX en China, dado que significaron una crítica contundente al orden dado y que
tuvieron gran anclaje en las mayorías campesinas eternamente relegadas.
Con el nacimiento de la República se conforma el Kuomintang o Partido
Nacionalista, que condensa en sus ideas los intereses y necesidades de la
burguesía china, y que contará con el beneplácito de las potencias extranjeras,
lo que lo convierte en un actor central en la vida política china y en el
proceso de construcción del Estado Moderno.
El fracaso de la Primer República arrojará a China hacia un
decenio de anarquía, caracterizado por el deterioro del poder central a manos
de los poderes regionales y por una creciente influencia de occidente en los
conflictos internos.
Y es bajo este contexto que se concreta el surgimiento en 1922 del
Partido Comunista Chino, a posteriori actor fundamental en la consolidación del
Estado Moderno.
Tras el fracaso del “Frente Unido” (iniciativa soviética de doble
comando entre el Kuomintang y el PC) se produce una persecución desaforada del
Kuomintang sobre los comunistas, llevando a estos últimos a la clandestinidad.
Esta coyuntura lleva al PC a resignificar la estrategia del partido, y pasará a
anclar el proceso revolucionario a partir del sujeto campesino.
El régimen nacionalista proseguirá durante el decenio de
1927-1937, pero si bien logró reunificar el país, el Partido Nacionalista no
pudo modificar el estancamiento económico y las desigualdades sociales de gran
parte del campesinado. Esto consolidó la base campesina de la resistencia
comunista que tendrá su auge en la “Larga Marcha” (1933-34) encabezada por Mao
Zedong. A estos factores de
inestabilidad y conflicto interno, debemos agregar una nueva agresión
imperialista del Japón (1937), la cual dejó al desnudo las debilidades del
Partido Nacionalista en el poder y terminó por influenciar en el pensamiento
anti-imperialista del campesinado, dejando a este sector más cerca del PC. Tras
esta agresión y después de la guerra de liberación nacional (1937-1945) el
Partido Comunista chino bajo el liderazgo de Mao, consolida la base de poder a
partir de la cual sedimentara y extenderá el proyecto político-revolucionario
en todo el país con el establecimiento de la Republica Popular
China en 1949.
Este recorrido, aunque breve, nos permite ver claramente que el
rol de la clase dirigente en pos de la construcción del Estado Moderno (que
nosotros identificamos consolidado tras la instauración de la República Popular
en 1949) tuvo su principal componente en la tensión desatada entre dos partidos
históricos (Kuomintang y PC) y en la lucha por dejar atrás una sociedad claramente
estratificada, con gran influencia del funcionariado letrado. Ahora bien, no
debemos dejar de observar que el proceso de construcción del Estado Moderno
asume la particularidad de ser encabezado por un partido con anclaje en el
sujeto campesino eternamente relegado. Y
es esta base de sustento real la que permitirá al PC ejercer una efectiva
dominación sobre el territorio Chino. Esta característica es la que va a determinar
el proceso de consolidación del Estado Moderno Chino, y en ella, aún hoy, podemos
distinguir (con una infinidad de rupturas) una clara continuidad reflejada en
la estricta dirección del Partido, a través de un poder centralizado, mas allá
de las particularidades que asumen los propios procesos contemporáneos.
* Corea. A la hora de identificar este mismo proceso en Corea he decidido
abordarlo brevemente a partir de la
decadencia imperial (dinastía Chosón 1392-1910), haciendo hincapié en la
influencia que tendrá el “protectorado” japonés (1910-45) de cara a la
construcción del Estado Moderno coreano.
Para fines del S XIX encontramos en Corea una sociedad claramente
estratificada y jerarquizada con anclaje en la importancia de las ideas
tradicionales (confucianismo). En esta estructura social primaban los Yangban quienes, además de “monopolizar
el acceso a los puestos de la administración pública”[v]
(y por lo tanto al gobierno), controlaban la vida económica (concentración de
riquezas, presiones tributaras) y la vida intelectual de Corea. Por su parte,
los campesinos trabajaban las tierras
en pos de cubrir el pago del tributo. Situación parecida afrontaban los
estratos más bajos de la sociedad representados en los artesanos. Esto dará lugar al surgimiento de movimientos claramente
nacionalistas, antiimperialistas y anti-yangban.
Es en este contexto que se da un fuerte crecimiento del comercio
(con su consecuente influencia en los valores y demandas tradicionales) y se
recrudece la agresión extranjera lo cual sumerge a Corea en un ambiente tenso
que dará lugar a una tensión fundamental de dos grandes tendencias que
pretendían resolver la coyuntura política inestable, a saber, “la tendencia aislacionista” que en tono
conservador proponía graduales cambios en la estructura social, aceptaban el
ingreso de la técnica y el comercio, pero veían como una literal amenaza la
influencia del Japón. Por otra parte estaban aquellos de “tendencia reformista o progresista” que alentaban una gran
transformación de las estructuras coreanas basados en el modelo y la influencia
japonesa (al “estilo Meiji”)[vi].
Finalmente, se imponen las posturas reformistas provocando la inmediata
apertura de puertos y dando origen a una serie de tratados desiguales para
Corea., lo cual se tradujo en una creciente rebelión de los movimientos
campesinos que asumieron características nacionales antiimperialistas y
promulgaron una critica acabada al sistema confuciano en tanto garante de las
desigualdades sociales y de la arbitrariedad de los sectores mas pudientes. Es
en esta coyuntura que se da (con la complicidad de la clase dirigente coreana
sumada a la complacencia de China y Rusia con Japón) la firma del
“protectorado” japonés sobre Corea (1910).
El Protectorado Japonés, en complicidad con la elite dirigente
conservadora (la familia real que mantuvo su poder monárquico, y el
funcionariado Yangban.[vii]),
truncó las expectativas reformadoras y de inserción coreana al sistema mundo
moderno. Implicó de esta manera un asalto a la soberanía del pueblo coreano que
fue encontrando en este período de resistencia las bases hacia la construcción
de un Estado Moderno fuertemente regulador.
La agresión imperialista nipona, permitida por la élite dirigente
traidora, implicó un saqueo moral, político y económico de Corea. Apostando a
su rol de regente en la región Japón optó por “aumentar su poder y prosperidad
a costa del pueblo coreano”[viii].Con
una clase dirigente cómplice, el pueblo debía hallar la solución de los
problemas políticos y sociales que abrumaban al país[ix]
(el pueblo coreano estaba siendo sometido a un pillaje y a un saqueo de sus recursos
naturales a través de una violencia inusitada, que incluyó el dominio de los
servicios públicos, el control de las finanzas, el ataque a las industrias
nativas, entre otras prácticas).Vale decir, la propia agresión imperialista,
creo las condiciones de posibilidad para la conformación de los movimientos
coreanos de resistencia. Pero fue la capitulación japonesa en la II Guerra Mundial lo que
permitió a Corea liberarse del yugo colonial y comenzar a estructurar las bases
de un Estado Moderno independiente (1948).
Pero solo con la llegada de
la camarilla militar al gobierno (Park Chung Hee), a través de un golpe de Estado (1961), se consolidaron
las bases para el desarrollo económico y la estabilidad política. Surgiendo de
esta manera, un Estado Moderno con una efectiva consolidación de la dominación
a nivel territorial y con una fuerte impronta intervencionista y represiva[x]
que serán sus principales características. Vale decir que, la agresión nipona
se tradujo en la conformación de un Estado Moderno fuerte, autoritario y con un rol planificador que permitió
consolidar las bases de un desarrollo posterior sin igual y qué, aún hoy,
determina las características de los procesos políticos actuales.
* Japón. Comenzaremos por delinear las bases del edificio estatal que
fueron construidas por la
Restauración Meiji (1868-1912) tras la caída del shogunato de
Tokugawa, para posteriormente llegar a la instauración del Estado Moderno
japonés representado en la consolidación del Gran Imperio del Japón.
Las principales clases dominantes (“shogun” o gobernantes, “daimyo” o
señores feudales y los “samurai” o
nobleza militar) se ven así claramente perjudicadas, logrando de esta manera un
vínculo más concreto y “menos mediado” entre los individuos y el Estado,
dejando atrás los vínculos de vasallaje y la mediación jerárquica de las
relaciones sociales. Esto, por otra parte, dio lugar a una nueva consolidación
de los “burócratas de carrera” que,
influidos por occidente, comenzarán a fortalecer posturas imperialistas en pos
del desarrollo interno del Japón. Vemos así que es el propio proceso de
modernización del Japón lo que concreta la necesidad de contar con un personal
burocrático especializado, con conocimientos y práctica en la administración[xii]
de la “cosa pública”.
En este contexto cabe mencionar que
el cambio de régimen Meiji es consonante con un progreso técnico provocado por
la apertura de Japón hacia el extranjero y la búsqueda de los niveles de
desarrollo de los países occidentales[xiii].
Vemos entonces que este proceso de modernización será condición de posibilidad
para la transición de un modelo de producción feudal hacia el modo de
producción capitalista (anclado en el desarrollo del comercio y el crecimiento
económico, sumado a un fuerte desarrollo industrialista) que acompañará el
proceso de construcción y consolidación del Estado Moderno.
Por otra parte durante este proceso
se combina un “fuerte sentimiento antiextranjero con la visión de un Japón
glorioso” [xiv],
encontrando de esta manera la fundamentación expansionista del Imperio del
Japón.
A esto debemos agregar que la
construcción del Estado Moderno japonés asumirá la particularidad de anclar su
fundamentación en la figura inexpugnable del Emperador. Esta nueva organización
administrativa y gubernamental viene a ser revestida con un “manto de
sacralidad imperial” (lo propio sucederá con el Ejército Imperial) llegando a
reconocer aquí un factor fundamental (en términos de fundamentación de la
dominación) de cara a la consolidación del ejercicio de autoridad y la
consecuente dominación, que requiere un Estado Moderno al “estilo Weberiano”.
Es aquí donde se consolida la
importancia del Ejército imperial de cara a la construcción del Estado Moderno
del Japón (“país rico, ejercito fuerte”[xv]).
Concretamente: la actitud imperialista que Japón asume se transforma en un
factor estratégico de cara al propio desarrollo industrial e interno, y a la
consolidación de una nación fuerte. Esto nos permite entender de alguna manera
las motivaciones expansionistas que podemos identificar en la guerra de Corea
(1894-95) y su posterior anexión como colonia o “protectorado”, y la guerra
ruso-japonesa (1905).Es así que, a partir de políticas de intervención en el
extranjero, Japón comienza a vislumbrar el nacimiento de una industria pujante
que marcará los rumbos de la nación durante el
S XX.
Más allá de la casi nula participación
del pueblo y de los sectores populares en la reconfiguración sociopolítica de
Japón, debe quedar claro que este proceso de modernización responde mucho mas a
las contradicciones y al agotamiento propio del sistema feudal que a un
espíritu de modernización política, es aquí donde adquiere sustancia el rol de
la elite dirigente Meiji que logró interpretar lo que podríamos considerar mas
bien como una necesidad y exigencia histórica (he ahí el carácter de
“restauración” del período Meiji, desde el cual se apeló a la institución
imperial y a la figura del emperador) para el desarrollo del Japón.
El significado de la restauración Meiji
retumba hasta estos días en el Japón en algunos ejes que encuentro
fundamentales y que vale la pena mencionar: por un lado, en este período se
concreta la consolidación del Estado Moderno y capitalista, a partir del rol
determinante de la clase dirigente, pero sin una participación popular activa
(como en Corea esta construcción se da a través de una estricta “planificación
desde arriba”).
Por otra parte, es también durante
este proceso donde se comienzan a gestar los gérmenes de los grandes factores
de poder del Japón actual, caracterizados en la presencia de un Estado fuerte,
en la administración de un aparato burocrático especializado y en la
consolidación de un potente liderazgo industrial-financiero. Y es en este
sentido que podemos afirmar con Paul Akamtsu que Meiji fue una revolución
política que permitió la posterior revolución económica y social del Japón[xvi],
lo cual determina los procesos políticos, sociales, económicos y culturales del
Japón contemporáneo[xvii].
[i] Esta definición que utilizaremos de Max Weber implica una
aplicación sesgada, dado que, debemos tener en cuenta que cuando Weber está
hablando de Estado Moderno, no está pensando en los países asiáticos y sus
particularidades, sino que se está ocupando del Estado Moderno Occidental y
capitalista. De todas maneras esta definición nos servirá para identificar las
particularidades que asume el proceso en cada uno de estos países en tanto
ejercicio de autoridad, y es por ello que la traemos a colación.
[ii] Wolf E. (1999) Las luchas
campesinas del siglo XX, Cap: III, p.180.
[iv] Wolf E. (1999). Op. Cit p.167.
[v] Mera, Carolina (2006) “La reforma Kab`o y los inicios de la
modernización en Corea”, en Di Masi y Crisconio (comp.). Corea y Argentina: percepciones mutuas desde una perspectiva regional.
Segundo Encuentro de Estudios Coreanos en Argentina. Asociacion Argentina de
Estudios Coreanos. La Plata.
p. 341.
[vi] Mera, Carolina (2006). Op. Cit. 346-347.
[vii] Lee, Ki-Baek (1978) “Nueva
historia de Corea”, EUDEBA.p 333 (Estos estratos dirigentes se ampararon en
Rusia sin entender que eso significaba favorecer las iniciativas niponas en su
país)
[x] Muchos hablan de un período de
“democracia formal” comandada por la camarilla militar.
[xi] Se terminan de esta manera los
vínculos jerárquicos y de vasallaje entre los “shogun” (en la práctica gobernantes del país), los “daimyo” o señores feudales (qué
mantenían en su mayoría una fuerte base de poder real en la estructura social
de Tokugawa), los samurai (nobleza
militar) y por debajo los comerciantes, los artesanos y los campesinos.
[xiv] Iriye, Akira. (1989). “Japan´s drive to grat power status” en Marius Jansen (ed.)
The Cambridge History of Japan. The Ninetheenth Century, vol. 5. Cambridge University Press.
[xv] Totman, Conrad. (2000). Op. Cit. p
135.
[xvi]Akamatsu, Paul (1997). “Meiji- 1868 Revolución y contrarrevolución
en Japón.” S XXI Editores. p.285.
[xvii] Creo que este recorrido particular nos ha permitido observar como
el propio proceso de construcción y consolidación del Estado Moderno sumado al
rol asumido por la clase dirigente en cada uno de estos países determina y
condiciona (a la vez que es su base fundamental) los procesos contemporáneos de
construcción política. Vale decir qué es en este proceso dónde radica la sustancia
del ordenamiento socio-político que hoy se impone en cada una de estas
naciones.
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