Vulnerables
Manuel es
un linyera, croto o cómo se dice hoy, un excluido y vulnerable. Vivía, ya que
este encuentro sucedió hace varios años, en la Villa Itatí que se armó en una
cava. Es en Bernal. La Villa estaba edificada sobre las laderas de la cava, y digo
estaba porque actualmente está edificado todo el espacio. Según dicen, llenos
de paraguayos que meten ladrillo y cemento que da calambre.
Pero
volvamos con Manuel. Su casa, es decir su rancho era de chapa, sobre la ladera de
la cava y al borde de una vereda. Tenía una amplia vista de la cava, que en
aquel momento parecía un bañado. Todas las aguas de la villa descendían hacia
el centro y se formaban lagunas formándose un hábitat para fauna y flora
autóctona. Ratones a patadas. Actualmente pusieron unas bombas para desagotar
la cava cuando llueve y no se inunden los que hoy viven en el centro.
Manuel era
un hombre de 70 años. En realidad no se cuanto tenía, a mí me parecía esa edad,
pero la vida dura marca los cuerpos y también el espíritu de los hombres. De
ojos claros, pícaros y tez blanca. Sería un descendiente de gringos. Según
cuentan se sentaba siempre cerca de la puerta del rancho en un viejo sillón sin
patas a matear o a tomar unos vinos.
Lo conocí
en un encuentro que realizamos con unos amigos del barrio, debajo de un árbol
al frente de su casa. Tiramos unos chori y carne a la parrilla, abrimos unas
cajitas de tetra y ahí nomás empezó la charla, los cuentos y la guitarreada.
Manuel seguía sentado en su sillón, quieto pero atento. El correntino, el
asador, me dice llevale a Manuel y me da un choripan y otro pedazo de carne
cortado al pan. Y ahí nomás nos ponemos a hablar. De la villa, de qué pasa
cuando llueve, de los muchachos y el paco, etc.
Siempre me
acuerdo de esta charla cuando hablan de excluidos y vulnerables, cuando hablan
del mal de la pobreza y la existencia de Dios. En un momento de la charla
Manuel me mira a los ojos y dice con voz baja pero firme, todo sucede bajo el
dominio de Dios, porque yo seré un ignorante, y levantando la mano con el dedo apuntando
al cielo agrega rematando, “pero de Dios sé”. Dicho sin rebeldía, sin rencores,
como fruto de una sabiduría gestada en la dureza de la vida, en el borde de la
vida.
Este
encuentro con Manuel está siempre presente en mi memoria. Desde allí surgen preguntas
que a medida que pasan los años encuentran respuestas. ¿Excluido de dónde?;
vulnerable, ¿en qué sentido? Sí, a esta altura creo que los vulnerables somos
nosotros.
Por Luis Garavaglia
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