Hace 30 años volvíamos a nacer luego de una noche larga y
oscura donde muchos sueños y vidas argentinas se apagaron de una vez y
para siempre. El 10 de diciembre de 1983 es más que una fecha simbólica para
nosotros. No se trataba de volver a empezar, sino de refundar sobre las ruinas
y reconstruir sin reparar en olvidos, sino recordar para pedir justicia y
memoria en nombre de aquellos que no estaban para alzar su voz aunque hoy se
los escuche en un silbido que se hace grito. Se trata de empezar a
ver la historia como el ángel que describe Walter Benjamin en sus tesis de la
filosofía de la historia: “un ángel que parece a punto de alejarse de algo
que le tiene paralizado. Sus ojos miran fijamente, tiene la boca abierta y las
alas extendidas; así es como uno se imagina al Ángel de la Historia. Su rostro
está vuelto hacia el pasado. Donde nosotros percibimos una cadena de
acontecimientos, él ve una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina y la
arroja a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y
recomponer lo despedazado, pero desde el Paraíso sopla un huracán que se enreda
en sus alas, y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este
huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda,
mientras los escombros se elevan ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que
nosotros llamamos progreso.”[1]
El primer discurso de Raúl Alfonsín tras su Asunción no fue
un discurso más en la historia política argentina. Fue nuestro segundo cabildo
abierto desde 1810, y la escena de enunciación de ese discurso se planteo en
términos de una refundación nacional. El desafío era enorme y trascendía al
partido de gobierno; la consolidación definitiva de una democracia frágil y
denostada surgió como una necesidad imperante.
Asumía con un sistema productivo completamente fracturado,
una industria nacional en extinción, desocupación alarmante, una deuda externa
que entre 1976 y 1983 paso de 8.000 millones de dólares a mas de 45.000 lo que
impedía una autonomía en materia economía y nos obligaba a seguir las recetas
neoliberales que por ese entonces eran hegemónicas en todo el mundo. A
esto se le sumaban los reclamos de justicia por los crímenes cometidos durante
la dictadura. Así fue que 5 días después de asumir, Alfonsín decretó la
conformación de la CONADEP para investigar ese pasado reciente que estaba
latente y que aun nos duele. El juicio a las juntas militares trascendió a
nivel internacional como un claro ejemplo donde el mismo estado argentino,
acaparado en el estado de derecho, se proponía investigar los crímenes de lesa
humanidad cometidos por una dictadura presidida por genocidas. Lamentablemente,
el alfonsinismo borro con el codo lo que escribió con la mano tras declarar las
leyes de obediencia debida y punto final. El gobierno de Raúl Alfonsín sufrió
presiones constantes de parte de las empresas multinacionales, el organismo de
crédito multilaterales, los militares e incluso de las grandes corporaciones
mediáticas que empezaban a construir su concentración, lo que atentaba
directamente contra la democracia vigente. Las presiones del grupo clarín
dieron por tierra el intento del COCODE (Consejo para la consolidación de la
democracia) donde se pretendía una democratización de los medios de
comunicación y que planteaba cambios en pos de la desconcentración de las
comunicaciones en nuestro país. Los medios, el mercado, parte del peronismo y
una situación social que se debilitaba crecientemente, adelantaron el traspaso
presidencial.
Comenzaba la fiesta de los noventa que con sus recetas
neoliberales y su mano invisible se encargo de excluir del sistema a millones y
millones de argentinos que cayeron por debajo de la línea de la pobreza. Si la
etapa 1976- 83 fue llamada como un genocidio de estado, esta etapa es digna de
ser llamada un genocidio del estado donde todo el aparato estatal fue
desarmado, desarticulado quitándosele todo tipo de intervención en pos de los
que menos tienen para tratar de aminorar las desigualdades sociales que genera
el mercado. La teoría del derrame que proclama que una vez que el vaso este
lleno revalsaría y permitiría que todos puedan vivir dignamente se constituyo
como una de las grandes falacias de la década. El vaso estuvo lleno solo para
algunos y ni una sola gota fue derramada para aquellos sectores sociales que
veían como día a día iban quedando en situaciones de pobreza estructural. Claro
esta que las recetas neoliberales no podían ser aplicadas sin cierta
legitimación social y para ello es necesario construir legitimidad a través de
los medios de comunicación social. El menemato supo construir una alianza
estratégica con los medios de comunicación social más importantes permitiendo,
entre otras cosas, la concentración mediática del grupo clarín, ampliando
licencias y permitiéndosele ser licenciatarios de canales de televisión. La
convertibilidad, la exclusión social, una economía que funcionaba para unos
pocos, la ruleta financiera, los fondos buitres y la venta total de los activos
del estado fueron generando una situación estructural de semejante envergadura
que estallaría en el 2001.
El gobierno de la alianza fue una continuación de la década
menemista cuando el contexto ameritaba un giro de timón. El resultado no podía
ser otro. Aquellos sectores que habían perdido sus derechos mas básicos durante
los 90 vieron como durante el periodo 1999 -2001 sus salarios bajaban, las
jubilaciones decaían, los impuestos aumentaban y el poder adquisitivo de la
gente quedaba por el suelo. Y encima cuando la sociedad salio a reclamar a
plaza de mayo un poco mas de dignidad, fueron recibidos a fuego, palos y sangre
lo que le costó la vida a mas de 30 personas. La sociedad dijo basta cuando las
imágenes televisivas mostraban como la maldita policía reprimía a las madres y
abuelas de plaza de mayo que intentaban ingresar a la plaza, Y como una
película cuyo negativo vemos pasar rápido, vimos 5 presidentes, default, mas
muertos, negociados políticos espurios y el “que se vayan todos” que se alzaba
como bandera.
El breve periodo del duhaldismo poco hizo para tratar de
modificar la situación política y social del país donde los dirigentes
políticos parecían estar mas preocupados por candidaturas personales que por la
situación social que era cada vez más endeble. El fusilamiento de Kostecki y
Santillán fue un punto de inflexión para una política de estado represiva y
para un modo de práctica política que trata de apaciguar a la sociedad con
palos y sangre sin escuchar cuales eran las demandas que emergían.
La elección nacional del 2003 se polarizo entre lo viejo y
lo que se proponía como lo nuevo. Entre aquel viejo rostro astringente que
tantos sueños derroco en pos de satisfacer los bolsillos de unos pocos y un
rostro anguloso que venia desde el sur diciéndonos que “cambio es el nombre del
futuro” demostrando una lectura mas que atinada pero llamando a un discurso
conciliador con aquellos argentinos que estaban dispuestos a ponerse manos a la
obra en pos de construir un proyecto de país común e inclusivo. El desafío era
enorme (hoy lo sigue siendo) y la confianza de la sociedad en la política y en
los políticos pendía de un hilo demasiado delgado. El kirchenerismo con sus
contradicciones puso la política sobre la mesa. Dio discusiones y disputas
necesarias e impulso la democratización en amplios sectores de la sociedad. La
reforma de la corte suprema de justicia, tan cuestionada durante el menemismo,
fue una medida en ese sentido. El pago de la deuda externa, permitió manejarse
con mayor autonomía e implementar política económica en pos de objetivos
nacionales de crecimiento sostenido. La ley de matrimonio igualitario, la
fertilización asistida, el voto a los 16 , la reapertura de las causas por
crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura, la asignación
familiar por hijo, la ley de servicios de comunicación audiovisual y mucha
otras mediadas que van en sintonía con la consolidación de una democracia mas
participativa e inclusiva. Resta mucho por hacer, pero lo cierto es que estas
conquistas ya no son de un gobierno, sino de una sociedad que se siente parte,
que participa.
Como se dijo anteriormente, el desafío es enorme y son
muchas las demandas a satisfacer. Es sobre lo conquistado que hay que seguir
consolidando nuestra democracia. Como sociedad no podemos permitirnos ni avalar
prácticas que vayan en detrimento de las conquistas ganadas. Es por eso que hoy
debemos mirar y abrir los ojos ante los hechos que están sucediendo en nuestro
país. No es posible homologar la situación actual del 2001 con lo sucedido en
la actualidad aunque algunos intenten encontrar continuidades que no resisten
el menor análisis. Sean eternos los laureles que supimos conseguir.
Augusto
[1] Walter Benjamin,Tesis de la filosofía
de la historia, tesis IX
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