Todos conocemos lo sucedido en
aquellas jornadas: el pueblo movilizado contra las políticas de hambre y
desempleo recibió la respuesta de estado
de sitio, muerte y represión. Se nos murieron 33 personas. La policía desató su
furia anti-popular mientras la institución bregaba por salvar su pellejo y
garantizar una gobernabilidad que se caía a pedazos por mandato popular. La
experiencia de la Alianza había fracasado rotundamente, la continuidad de las
políticas neoliberales y de un estado gendarme de aplastamiento de la protesta
social encontraron un potente “ya basta” expresado en la consigna, no menos
poderosa, del “Que se vayan todos”.
Somos hijos del 2001, somos hijos
de esa democracia agrietada y moribunda que asoló a nuestro país. Somos hijos
de las experiencias de dignidad y solidaridad, somos hermanos de los caídos en
diciembre y en junio, y de los que cayeron antes y después. Somos un punto de
quiebre para nosotros mismos, pero a su vez cargamos con un doble fracaso
respecto a aquellas jornadas. Por un lado, el fracaso de las muertes a manos de
los cazadores policiales, y por el otro, el fracaso que significó no poder
consolidar una representación (institucional o no) que sea producto de aquella
experiencia (errática) del “Que se vayan todos”.
Ya lo dijimos, las décadas
siguieron y siguen transitando sus itinerarios, el almanaque nos sirve para
interpelarnos, para preguntarnos ¿Qué hicimos con aquellas muertes? ¿Qué hacemos
a diario para re-significar la lucha de las personas que se nos murieron? ¿Qué pasó
con el “piquete y cacerola, la lucha es una sola”? ¿Cuánto nos duró aquella
consigna? ¿Qué hicimos ante el fracaso
del “que se vayan todos”? Miles de
preguntas que sólo tienen respuestas parciales que no nos alcanzan. Pero así
como el almanaque sirve para interpelarnos y preguntarnos, sabemos también que nos
sirve como reaseguro para saber que, siempre, ante la injusticia del
sometimiento, emerge como contracara la dignidad del pueblo argentino como
límite, como expresión de nuevas formas de lucha, de memoria y de justicia. Es ahí cuando el doble fracaso, de muerte y
representación, se transforma en horizonte de Dignidad y Esperanza.
Por los caídos en aquellas jornadas, por Lepratti,
Por Kosteki y Santillán, por López y por Arruga,
Por los 30 mil.
El Infernal
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