jueves, 19 de diciembre de 2013

19 y 20, 12 años después


Otra vez el calendario se impone, implacable, para re-pensar aquellos sucesos ocurridos en nuestro país el 19 y 20 de diciembre del año 2001. Pasaron 12 años ya, las décadas, ganadas o no, siguen transitando sus itinerarios sin detenerse. La historia no se termina, ya lo sabemos. El 2001 se encargó de demostrarnos la falacia de esa afirmación.
Todos conocemos lo sucedido en aquellas jornadas: el pueblo movilizado contra las políticas de hambre y desempleo  recibió la respuesta de estado de sitio, muerte y represión. Se nos murieron 33 personas. La policía desató su furia anti-popular mientras la institución bregaba por salvar su pellejo y garantizar una gobernabilidad que se caía a pedazos por mandato popular. La experiencia de la Alianza había fracasado rotundamente, la continuidad de las políticas neoliberales y de un estado gendarme de aplastamiento de la protesta social encontraron un potente “ya basta” expresado en la consigna, no menos poderosa, del “Que se vayan todos”.

Mucho se ha hablado y se ha escrito sobre aquellas jornadas que significaron el estruendo de una sociedad harta de la desidia y de las políticas neoliberales. La crisis de representación se hizo carne y se asumió una dinámica asamblearia inédita en nuestro país que, finalmente, se terminó disipando sin encontrar nuevas formas de representación y resolución de conflictos.
Somos hijos del 2001, somos hijos de esa democracia agrietada y moribunda que asoló a nuestro país. Somos hijos de las experiencias de dignidad y solidaridad, somos hermanos de los caídos en diciembre y en junio, y de los que cayeron antes y después. Somos un punto de quiebre para nosotros mismos, pero a su vez cargamos con un doble fracaso respecto a aquellas jornadas. Por un lado, el fracaso de las muertes a manos de los cazadores policiales, y por el otro, el fracaso que significó no poder consolidar una representación (institucional o no) que sea producto de aquella experiencia (errática) del “Que se vayan todos”.
Ya lo dijimos, las décadas siguieron y siguen transitando sus itinerarios, el almanaque nos sirve para interpelarnos, para preguntarnos ¿Qué hicimos con aquellas muertes? ¿Qué hacemos a diario para re-significar la lucha de las personas que se nos murieron? ¿Qué pasó con el “piquete y cacerola, la lucha es una sola”? ¿Cuánto nos duró aquella consigna? ¿Qué hicimos ante el fracaso
del “que se vayan todos”? Miles de preguntas que sólo tienen respuestas parciales que no nos alcanzan. Pero así como el almanaque sirve para interpelarnos y preguntarnos, sabemos también que nos sirve como reaseguro para saber que, siempre, ante la injusticia del sometimiento, emerge como contracara la dignidad del pueblo argentino como límite, como expresión de nuevas formas de lucha, de memoria y de justicia.  Es ahí cuando el doble fracaso, de muerte y representación, se transforma en horizonte de Dignidad y Esperanza.

Por los caídos en aquellas jornadas, por Lepratti,
Por Kosteki y Santillán, por López y por Arruga,
Por los 30 mil.


El Infernal

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