lunes, 2 de agosto de 2010

El gaucho como sujeto político.

Les dejo este ensayo. Es producto de un tp presentado con unos compañeros (Lucas y Macarena) en la facultad.
Espero lo vean, perdón por la extensión.
Ahí va:

Veamos nuestro calendario escolar. Junto al 24 de marzo aparece el 2 de abril. Junto a Belgrano, con sus ideas de un monarca inca, aparece Cristóbal Colón y su 12 de octubre. Y junto a Sarmiento, José Hernández. ¿Cómo podemos explicar esta unión contradictoria de personajes y hechos? Pareciera incomprensible que se dedique el 11 de septiembre a quién escribió “no trate de economizar sangre de gauchos; éste es un abono que es preciso hacer útil al país”, pero que el 12 de noviembre recordemos a quién escribió “Y atiendan la relación/ que hace un gaucho perseguido,/ que padre y marido ha sido/ empeñoso y diligente,/y sin embargo la gente/ lo tiene por un bandido.”

Ensayaremos una respuesta a estos interrogantes argumentando que sólo es posible mediante una operación de despolitización y dislocación del contexto histórico de éstos “próceres”. Por supuesto que la despolitización es en sí un proyecto político, que implica una idea (explícita o no) de cómo debe ser la sociedad. Como ejemplo, sirve este fragmento de una carta de Mitre a Sarmiento: “quiero hacer en La Rioja una guerra de policía. Declarando ladrones a los montoneros, sin hacerles el honor de partidarios políticos”.
Nos ocuparemos de esta cuestión mediante la lectura que hicieron Sarmiento, Lugones, Borges y Jauretche de la figura del gaucho. Cuando nos referimos a politización de la figura del gaucho, nos referimos, con Carri, a que “cuando las puertas están cerradas en la sociedad oficial y los trabajadores del campo no encuentran a nadie que defienda sus intereses, una expresión individual de rebeldía encuentra el campo propicio para convertirse en una expresión colectiva de protesta social contra el orden establecido”.

Ninguno de los autores a trabajar es un exponente puro de la gauchesca, sino que son ensayistas, críticos y escritores que se acercan al género gauchesco por diferentes motivos; es por eso que cuando hablemos de la gauchesca, nuestra definición no va a tener que ver con el género literario sino con el pensamiento sobre la figura del gaucho. Algunos supieron reivindicarlo como un sujeto político resistente en la nación en conformación, pero otros lo desplazaron de ese lugar hasta llegar a la simplificada y disfrazada narrativa escolar actual.
Conviene quizás hacer algunas demarcaciones entre los autores a trabajar. En primer lugar, el único que no reivindicará la figura de gaucho es Sarmiento; desde perspectivas disímiles y opuestas a veces, los restantes autores lo ensalzan, principalmente al Martín Fierro.

Sin embargo, lo interesante de Sarmiento, junto a Jauretche, es que no despolitiza completamente al gaucho; por el contrario, ambos le otorgan un papel central en el contexto nacional: al sanjuanino le resulta una figura resistente a su modelo liberal-oligárquico (aunque también los despolitiza al animalizarlo); Jauretche retomará al gaucho como parte de una larga tradición de luchas populares, cuyos descendientes continuaban peleando contra la oligarquía. En Lugones, por el contrario, su proyecto político alrededor de la gauchesca consiste en despolitizar la figura del Martín Fierro, al subirlo al pedestal de “héroe nacional”.

Comencemos con Sarmiento. El “padre del aula” suele ser más divulgado por esa zoncera en forma de libro que es “Recuerdos de provincia”, es decir, por la imagen del gran liberal ligado a la educación. Menos citado en actos escolares pero más leído es su Facundo. Civilización y barbarie. Es sabido que el libro toma la figura de Facundo Quiroga para socavar el gobierno de Rosas. Dice Sarmiento: “Nosotros queríamos la unidad en la civilización y la libertad, y se nos ha dado la unidad en la barbarie y en la esclavitud”. Así aparece claramente explicitado en el libro el proyecto político, que define un “con quienes” y un “contra quienes”.
El “con quienes” tiene que ver con el polo de la civilización, expresado en el programa liberal de 1880, con sus ideologías del progreso, la valorización de la vida culta y ciudadana, la inmigración masiva anglosajona como nueva base demográfica para el país y la educación pública, laica, gratuita y generalizada.

El “contra quienes” tiene que ver con el polo de la barbarie, principalmente indios y gauchos. De este lado ubica al campo, los federales, la montonera, los caudillos, Quiroga; frente al lado en el que se coloca Sarmiento que es el de la civilización, es decir, la ciudad, los unitarios, el ejército, el militar, José María Paz. Por supuesto que esto no niega alguna admiración por algunos “tipos” del gaucho; es el gusto por el “color local”, elemento propio del romanticismo.
Los gauchos, determinados por la naturaleza en la que viven, son los que se oponen al progreso: “De este modo, el favor más grande que la Providencia depara a un pueblo [la navegación de los ríos], el gaucho argentino lo desdeña, viendo en él un obstáculo opuesto a sus movimientos, que el medio más poderoso de facilitarlos. (...) No fue dado a los españoles el instinto de la navegación, que poseen en tan alto grado los sajones del norte. Otro espíritu se necesita que agite esas arterias, en que hoy se estagnan los fluidos vivificantes de una nación.”

Vemos aquí claramente explicitado el proyecto político de Sarmiento: la instauración del desarrollo capitalista, para el cual se necesitaba una avance civilizatorio, donde su modelo eran los pueblos sajones y su ética protestante: “No tenía nada que merezca el nombre de propiedad. No podían seguir oficio alguno”. El gaucho en este sentido aparece jugando un rol como sujeto político, como figura resistente (“Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero”) a la consolidación del capitalismo periférico agro-exportador. Pero para Sarmiento terminará pesando más su desprecio descalificador de todo aquello que él no considera civilizado. La barbarie es así una especie de estado de naturaleza, donde no hay política (la política liberal por supuesto, virtuosa y mesurada contra las pasiones turbulentas): “en la vida argentina empieza a establecerse el predominio de la fuerza brutal, la preponderancia del más fuerte, la autoridad sin límites y sin responsabilidad de los que mandan, la justicia administrada sin formas y sin debates”. El gaucho es un producto de la degeneración: “Por lo demás, de la fusión de estas tres familias [españoles, negros e indios] ha resultado un todo homogéneo, que se distingue por su amor a la ociosidad e incapacidad industrial, cuando la educación y las exigencias de una posición social no vienen a ponerle espuela y sacarla de su paso habitual. (...)Las razas americanas viven en la ociosidad, y se muestran incapaces, aun por medio de la compulsión, para dedicarse a un trabajo duro y seguido”. Sobre todo en su componente indígena, se asemeja más a un hombre que a un animal; es un producto del medio salvaje en el que vive (“son poquísimos los indios civilizados que no suspiren por la soledad de los bosques”). Es por lo tanto un hombre sin pasado, presente ni futuro. Hasta para los animales de los que se alimenta el gaucho parece no pasar el tiempo: “Las mulitas, matacos, peludos, representantes de los antiguos cliptodones”.

Llamativo es que ante esta deshumanización del gaucho y del indio, es la naturaleza la que se personifica: “Triunfa La Pampa y ostenta su lisa y velluda frente, infinita, sin límites”. Si bien este recurso estilístico es típico del romanticismo, Sarmiento –al fundirlo con su racismo– lo convierte en un importante dispositivo político-argumentativo.

Vemos entonces en Sarmiento una gran tensión: por un lado, como buen escritor liberal romántico, explicita sus objetivos políticos ya que su literatura debe sintetizar al escritor y a las masas en un proyecto de nación (“Escribo como medio y arma de combate”). Objetivo prepotente de estos escritores, que se basa en el poder también prepotente que tienen en la sociedad argentina (por ejemplo, Sarmiento hasta se considera capaz de hacer una precisa tipología de los gauchos en base al también preciso análisis de la geografía). Desde este punto de vista es que podemos ver en el gaucho un sujeto que resiste al modelo liberal. Pero por otro lado, para impugnar esa resistencia no considera al gaucho como un oponente (cuya premisa básica es pensarlo como un igual), sino como un animal bárbaro que debe ser eliminado.
Sea para colocarse de un lado o del otro, el dilema sarmientino Civilización o Barbarie es un espectro que atravesará todo el pensamiento argentino, incluyendo a los autores a los que trabajaremos aquí.

Uno de los tantos autores en los que vemos el espectro de Sarmiento es Leopoldo Lugones. También él debe ser entendido en el contexto en el que esta sumergido. En 1913, año de las conferencias ante la elite porteña luego tituladas El payador, el contexto social, económico y político es muy distinto al de 1845: el proyecto liberal ha sido consumado. El modelo agro-exportador “florece”, las tierras han sido cercadas, los pueblos originarios de la Patagonia han sido reducidos y sus tierras repartidas, los “gauchos malos” han sido doblegados con la derrota del Chacho Peñaloza al oeste, los paraguayos han sido casi eliminados en la masacre de la Triple Infamia. Argentina ingresa plenamente a la división internacional del trabajo, pero de manera subordinada y sobre la sangre de cientos de miles.

Ante este panorama se hace posible la reivindicación del gaucho desde las elites. Claro que es un gaucho que ya no forma parte del panorama político: “Los gauchos aceptaron, desde luego, el patrocinio del blanco puro con quien nunca pensaron igualarse política o socialmente, reconociéndole una especie de poder dinástico que residía en su capacidad urbana para el gobierno. Con esto no hubo conflictos sociales ni rencores y el patronazgo resultó un hecho natural. He aquí otra inferioridad que ocasionaría la extinción de la sub-raza progenitora [los indígenas]. Pues quien de suyo se somete, empieza ya ha de desaparecer”.
Como vemos, el gaucho que se ensalza no es cualquiera. Es un gaucho sumiso que –elevado a la categoría de héroe nacional y de representante de la noble esencia argentina– es retirado de su tiempo histórico, de sus contradicciones, de sus luchas, de sus “con quienes” y “contra quienes”... es despolitizado.No es casualidad entonces que ha partir de aquí el personaje Martín Fierro supere con creces a su autor, José Hernández. Dar cuenta de la vida del autor –que pasa de las filas de López Jordan a la conciliación con el mitrismo– implicaría dar cuenta de las contradicciones entre la figura de Fierro de El Gaucho Martín Fierro (1872) y la de La vuelta de Martín Fierro (1879). La denuncia de los versos del primer libro –“El anda siempre huyendo,/ siempre pobre y perseguido;/ no tiene cueva ni nido,/ como si juera maldito./ Porque el ser gaucho, ¡Barajo!/ el ser gaucho es un delito”– es dejada de lado en la vuelta. Aquí Fierro aparece dado consejos de un hombre viejo, que ha luchado, visto otras tierras y comprendido la imposibilidad de la lucha. Su dolor por la injusticia se convierte en pasividad y resignación, decidiendo quedarse en las estancias de la oligarquía a trabajar. Es un primer deslizamiento a lo que será Don Segundo Sombra: un gaucho que se muestra noble, solitario, casi aristocrático. Como indica David Viñas, “hasta en el detalle de los utensilios, el cuchillo por ejemplo, se anulan en sus posibilidades inesperadas al transmutar su calidad de arma –ejercicio episódico e ilegal– en herramienta –uso de constante licitud–.” Otro elemento que podemos destacar es la visión sobre la muerte: si en la primera parte es vista más bien como una desgracia que se aborda con tranquilidad (“Limpié el facón en los pastos,/ desate mi redomón,/ monté despacio y salí”), en la segunda ya es vista como un hecho que atenta contra una moral universal e incluso pasa a culpabilizarse él por las desgracias de su vida: “El hombre no mate al hombre/ Ni peleé por fantasía;/ Tiene en la desgracia mía/ Un espejo en que mirarse”

En este sentido, es sugestivo el título del libro de Lugones, que destaca el elemento cantor y folklórico del gaucho, en lugar de rescatar los elementos de rebeldía y rechazo de la ley. Además, la mirada de Lugones se da siempre desde las alturas, desde una supuesta neutralidad, observando un territorio que pareciera vacío de relaciones de poder.

Es este gaucho paternalista, resignado y pintoresco es el héroe nacional que muchos asocian a la argentinidad y recuerda en las escuelas cada 12 de noviembre. Ahora bien, ¿Por qué la necesidad de crear un héroe nacional? Porque para la elite la nación estaba amenazada por nuevos salvajes. Esta vez son los inmigrantes: una multitud gritona, que no habla castellano o, peor aún, lo habla deformado, que viene de la Europa campesina, que es analfabeta en gran parte, que se instalan en la ciudad en lugar de poblar y civilizar pacíficamente el campo como era el sueño liberal. El proyecto político para la ciudad también tiene que ver con la despolitización, en tanto el sueño liberal de la política virtuosa es reemplazado por el sueño positivista de las soluciones científicas neutrales (es decir, no políticas) a los nuevos desafíos. Pero, una vez “pacificado”, la política tampoco pretende ser desplazada al campo, sino que este es un lugar apacible de descanso y huída para las elites. Así, ya tampoco las elites pretenden hacer política (aunque por supuesto, la hacen), abandonando cualquier proyecto de pensar la nación a largo plazo.

El rechazo de la lectura lugoniana del Martín Fierro y de la lectura sarmientina del gaucho serán algunos de los temas centrales de un joven Jorge Luis Borges.
Consideramos central la hipótesis de Piglia en Respiración Artificial para abordar la lectura del gaucho para Borges: Renzi, personaje principal de la novela, sostiene que “Borges es el mejor escritor del siglo XIX”, en tanto intenta “cerrar e integrar las dos líneas básicas que definen la escritura literaria en el XIX.” Es decir: el europeismo sarmientino y la nacional-populista. Destaca el hecho de que una frase en francés inicie el Facundo: “El gesto político (...) está, sobre todo, en el hecho de escribirla en francés. Los bárbaros llegan, miran esas letras extranjeras escritas por Sarmiento, no las entiende (...). ¿Y entonces? Está claro, dijo, que el corte entre civilización y barbarie pasa por ahí. (...) Son bárbaros porque no saben leer en francés”. Pero la frase está mal citada, y Borges retoma este origen de la literatura argentina con una falsedad, a través de un erudición ostentosa y falsificada: “Ahí está la primera de las líneas que constituyen la ficción de Borges: textos que son cadenas de citas fraguadas, apócrifas, falsas, desviadas; exhibición exasperada y paródica de una cultura de segunda mano, invadida toda ella por una pedantería patética: de eso se ríe Borges”. Esta es la primera clausura. Por el lado de la vertiente nacional-populista, que tiene como modelo al Martín Fierro, “Borges (...) comprende que el fundamento literario de la gauchesca es la transcripción de la voz, del habla popular. No hace gauchesca en lengua culta como Güiraldes.”

Siguiendo a Rinesi, hay un elemento más que complementaría la tesis de Piglia: este oscilamiento entre los dos polos del siglo XIX, son precedidos en la juventud por una ruptura con las lecturas prevalecientes en la década del 20. Acusará precisamente a La vuelta (y por lo tanto a la lectura del Martín Fierro, que hiciera Lugones) de ser sesgada por Sarmiento: “Pero Hernández no alcanzó a morir en su ley y lo desmintió al mismo Fierro con esa palinomia desdichadísima (...): 'Debe el gaucho tener casa / Escuela, Iglesia y derechos'. Lo cual ya es puro sarmientismo.” Notemos que ni siquiera se ocupa de explicar por qué el calificativo “sarmientismo” supondría una ofensa.

A tal punto llega la desdicha de Borges, que reescribe el final de la obra de Hernández para revertir la polinomia. En “El fin” vuelve Fierro con su “poncho oscuro, el caballo moro”; pero desde el punto de vista de Recabarren no se ve la cara; quizás Borges no quiere verla porque es en ella donde podrían aparecer los rasgos físicos del gaucho viejo y resignado de La vuelta. Borges hasta se toma revancha de los consejos de Fierro, menospreciando la importancia que el gaucho les otorga. En párrafo último, Fierro muere en su ley, en un contrapunto de cuchillos, pero sólo para volver en el moreno: “Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre”.
También en “La biografía de Tadeo Isidoro Cruz” retoma al Martín Fierro. Pero ya no para reescribirlo, ya que el fragmento que se retoma pertenece a la primera parte del poema, sino para contar algo que no aparecía en el libro de Hernández. Primera diferencia, ahora sí vemos la cara de ese gaucho valiente: “Cruz lo entrevió, terrible; la crecida melena y la barba gris parecían comerle la cara”. Pero detengámonos en el fragmento final: “Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro. Comprendió que las jinetas y el uniforme ya lo estorbaban. Comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era él”. Aventuremos que la elección de Tadeo Isidoro Cruz es la misma que hace Borges en su lectura de la gauchesca: la barbarie ante la civilización. Como dice sobre Hudson-Lamb: “Ahí está claro y terminantemente el dilema civilización o barbarie y que resuelve sin melindres, tirando derechamente por la segunda. Esto es, opta por la llaneza, por el impulso, por la vida suelta y arisca sin estiramiento ni fórmulas.”

Incluso después de haberse reconciliado con Lugones con el prólogo a El hacedor, en el poema “El gaucho” sigue firme la lectura de la gauchesca de juventud. Veamos algunos ejemplos: “Fue tantos otros y hoy es una quieta/ Pieza que mueva la literatura” “Fue el que no pidió nada, ni siquiera/ La gloria que es estrépito y ceniza.” El gaucho bravo ya no pelea, sino que es un simple juguete de la literatura, que imposta su voz para llevarlo a la gloria, para convertirlo en símbolo de “la patria que ignoraba”.
Nos podríamos seguir deteniendo en la lectura borgeana del Martín Fierro, pero volvamos a nuestro problema inicial: ¿podemos considerar al gaucho de Borges un sujeto político? Por sus juveniles cuestionamientos a Lugones, elección por la barbarie y apoyo al nacionalismo popular de Yrigoyen, podríamos pensar que sí. Otro elemento que nos permite pensar en el gaucho como un sujeto político es la preferencia por un elemento de La tierra cárdena, de Hudson: “nunca los reta ni los grita ni pone en duda la verdad democrática de que el otro es un yo también y de que yo para él soy otro”. Esto resulta antagónico a la animalización sarmientina.

También es conciente, en la vanguardista década del 20, que es necesaria una “política del idioma”, de ahí la profusión de criollismos que luego desaparecerían. De hecho, Renzi-Piglia proponen enmarcar en la línea nacionalista-popular no sólo a los textos que explícitamente se dedican al gaucho, sino toda una sección de su obra marcada por los giros lingüísticos de la oralidad, como “El hombre de la esquina rosada”.
Pero también podemos tomar al Borges maduro, que no cambia su visión de la gauchesca pero sí la de Sarmiento y Lugones, convirtiéndose él mismo en el emblema de la literatura liberal-europeísta. En este período aparecen muchos de los elementos más apasionantes pero despolitizadores de la cosmovisión de Borges: el infinito, la circularidad, el no-tiempo. Viñas cuestiona a la literatura de Borges por ser paradójica, “porque no tiene como finalidad resolver contradicciones”. Aquí disentimos, porque consideramos que la paradoja, en tanto es un “ir más allá de lo creíble”, puede ser una de las fuentes de la praxis transformadora. Más interesante es el comentario de Viñas cuando se refiere al deslizamiento despolitizador acumulativo de la obra de Borges y, poniéndose en lugar, dice: “Si mi piel no me defiende, me oculto ahora, pero para rescatarme en la dimensión más tersa que se abre sobre la eternidad (...)”

Veamos cómo se refleja esto en su mirada sobre el gaucho, según el poema “El gaucho” y su análisis “Los gauchos”. “Se batió con el indio y con el godo”; “Fue soldado de Urquiza o de Rivera/ Lo mismo da, fue el que mató a Laprida”; “Vivieron su destino como en un sueño, sin saber quiénes eran/ o qué eran./ Tal vez lo mismo nos ocurre a nosotros”. No importa el “con quién” y “contra quiénes” del gaucho; si luchó junto a Rivera o a Urquiza, esto no es un hecho peculiar a pensar, sino que “da lo mismo”. Como dice Viñas, Borges parece estar de vuelta de todo (curioso, Martín Fierro en La vuelta, ya “está de vuelta” de la rebeldías), sobre todo de sus antagonismos de juventud. No importan la historia, sus contradicciones; si lo que manda es la circularidad y el destino, estamos entonces en el no-tiempo, en la no-política.
Por supuesto que esto debe ser matizado: por ejemplo, en el citado cuento de Cruz, la deserción de la policía y el ponerse a pelear junto a Fierro implican un acto libre en el que se comprende la propia identidad. La fortuna y la virtud, el viejo problema maquiavélico, será una tensión a la luz de la cual podemos leer toda la obra de Borges.

En los 30, la inversión de la figura sarmientina será llevada a algunas de sus máximas expresiones, valorizando la barbarie y denostando la “falsa” civilización”. En esta nueva lectura nacional-popular, la barbarie se asocia a la idea de un sujeto histórico, el Pueblo-Nación, en lucha contra la oligarquía. La escritura de Jauretche será entonces, explícitamente, una política de la escritura, como dice en el Manual de zonceras argentinas: “Es intencionado el paso frecuente de las primera persona del singular a la primera del plural. Aspiro a no ser más que un instrumento de la conciencia colectiva;(...) el escritor (...) no habla para el pueblo sino por el pueblo”. El estilo casi oral de Jauretche lo acerca mucho al Borges criollista, quien de hecho va a prologar su poema épico Paso de los Libres. Éste cuenta, en letra gauchesca, la rebelión radical contra el gobierno de Justo de la que participó en 1933; tras la derrota fue detenido y es en prisión que escribe el poema contra Uriburu y Justo. En el prólogo dice Borges: “está en la tradición de Ascasubi y del también conspirador José Hernández. La adecuación de la manera de esos poetas al episodio actual es tan feliz que no delata el menor esfuerzo. La tradición, que para muchos es una traba, ha sido un instrumento venturoso para Jauretche. Le ha permitido realizar obra viva.”

Como ya indicamos, la visión de Jauretche del gaucho es una visión fuertemente politizada, en tanto considera a esa “barbarie” como uno de los componentes reales de la Nación. Quizás uno de los momentos donde mejor se expresa esta cuestión sea en la discusión con “la madre de todas las zonceras”, es decir, civilización y barbarie. A Jauretche le preocupa el pensar desde la realidad nacional y por eso cuestionará el mesianismo denigratorio de liberales y “marxistas”: “De ninguna manera intenta adecuar la ideología a ésta [la realidad]; es ésta la que tiene que adecuarse, negándose a sí misma, porque es barbarie”. Jauretche pondrá entonces en primer lugar la batalla cultural, donde él se coloca del lado de la barbarie, junto al proyecto político del que participa (el peronismo); del otro lado están los civilizados, los antiperonistas: “Ahí, en Civilización y barbarie, está el punto de confluencia de todas las ideologías, es decir, de la negación de toda posibilidad para el país nacida del país mismo… Es como si dijéramos la Unión Democrática tácita de que surgen todas las otras”.

La tarea de las oligarquías (que se expresan en los proyectos de Sarmiento y del Alberdi de Las bases) consistió para Jauretche en cambiar al pueblo, “civilizarlo”. Tarea no sólo antipopular, sino fracasada: “el régimen quiso cambiar al pueblo y no pudo: quiso entregar el espacio inerme y tropezó una y otra vez con algo viviente y cálido que nosotros llamamos conciencia nacional y ellos desprecian como barbarie.” Esa barbarie aparece desde las guerras de independencia: “Había además que terminar la guerra rápidamente, por la guerra misma, y también porque la guerra ponía en presencia activa a las masas americanas que, con su barbarie, obstaculizaban el proceso civilizador. Achicar la geografía era achicar su presencia.”

Cuestionará la deshumanización (en tanto sigo de despolitización) que realizan los “civilizados” que siguen a Buffon y otros naturalistas, deshumanización que se repite a lo largo de la historia argentina: “lo que fue un error en el mejor de los casos (...), ahora es un crimen deliberado y consciente que se continúa practicando masivamente por la 'intelligentzia' a través de todos los instrumentos de información y cultura. Así se opuso el inmigrante al nativo como se habían opuesto civilización y barbarie.” Pero, para Jauretche, la cultura no depende de herencias raciales: es el producto de la vida en un medio geográfico e histórico: “Cuando aparece el trabajo agrícola (...) el gaucho de la pampa ignora la agricultura (...). La técnica de la agricultura ha sido imposible antes del alambrado, en un país poblado de innúmeros yeguarizos y vacunos donde el cultivo no se puede proteger contra su invasión. El gringo en cambio domina esa técnica que aprendió en el país de origen (...). Ni el hombre gringo ni el hombre gaucho carecen de aptitudes; sólo que cada uno posee aquellas en que fue formado, las jerarquiza como superiores y tiene un concepto despectivo en lo que no figura en sus tablas de valores.” Toma como ejemplo de esto el desprecio de Martín Fierro hacia el gringuito que no sabía nada de las destrezas del gaucho.

A diferencia de todas las lecturas despolitizadoras del gaucho, para Jauretche tiene un papel importante para pensar el cuestionamiento de la “sociedad comercialista y capitalista”. El gaucho ignora la propiedad de la tierra, dado que su economía es de autosatisfacción de pocas necesidades y que el dinero no tiene valor acumulativo. El comercio para él es un incidente para proveerse valores de uso. Es en este sentido que le confiere a la obra de Hernández un valor excepcional: “es el mejor, sino el único, documento histórico sobre una época de transición en que fue sepultado el pueblo-base de nuestra nacionalidad; de ese drama tendríamos muy escasas noticias, (...) por la labor de los informantes documentales y eruditos, sin la presencia de su testimonio poético elaborado en una vida de hombre 'comprometido', y en causas perdedoras”. Es esa vida de hombre comprometido con la que se siente identificado Jauretche, a diferencia de, como ya vimos, la lectura de Lugones donde el personaje Martín Fierro se impone al autor y sus objetivos. La recuperación de la gauchesca es entonces importante para cuestionar la civilizada y falsamente despolitizada idea de ciencia, para contraponerle el ensayo y los apuntes, comprometidos siempre con la realidad de manera explícita.

Jauretche explica que la idea de progreso de Sarmiento y los civilizados sólo podía tener vigencia en América a condición de negar el pasado y el presente. Podemos decir que Lugones, a su vez, en su visión del gaucho, sólo se ocupa del pasado mitificado al no pensar como opera en el presente y en el futuro. En Borges el problema es mucho más complejo, ya que el gaucho se desenvuelve en un tiempo circular, por lo que las nociones de pasado, presente y futuro no tienen sentido. Para Jauretche, por el contrario, recuperar el pasado del gaucho implica pensar su presente y el futuro, para insertarlo dentro de uno de los polos (la barbarie, la lucha nacional y popular) alrededor de los cuales, según él, se teje la lucha política.

Nos queda el desafío político de dar la batalla cultural: la construcción de un “nosotros” popular en el que la historia, con sus conflictos y contradicciones, opera como mito que nos llena del amor y del odio que alimentan nuestras luchas.
Macarena, Lucas y Nacho. (junio de 2010)

1 comentario: