viernes, 4 de abril de 2014

La bruja y el espantapájaros (una versión libre)


Empezar un cuento con “había una vez”  puede llegar a sonar muy superfluo para esta historia… diremos que existía en el reino de las brujas, una especialmente despistada. Irene, se llamaba, aunque solían apodarla la de la cabeza en las nubes.  Hasta algunos afirmaban convencidos, que vivía en la Luna, pero no hemos podido comprobarlo.
Además de despistada; ella se consideraba especial. En el reino de las brujas, como en todos los reinos, las brujas no son iguales entre sí. Tienen sus jerarquías, sus clases. No es lo mismo una bruja con verrugas, a una que no, verrugas era sinónimo de vejez y sabiduría. Lo mismo ocurría con las escobas. Llegar a ser una bruja con escoba era algo muy especial, algo por lo que muchas peleaban sin llegar jamás. Menos que menos los brujos, pero esa es otra historia.
Irene, entonces se creía especial; no porque tenía una escoba, sino porque; a contramano de los deseos de todas las brujas, ella usaba un monociclo de su abuela, reliquia familiar de una época previa a las quemas; quizás lo único que habían conservado del horror. ¡hacía un ruido impresionante! Pero a ella le encantaba.
Cierta vez, pedaleando por el cielo  gris de una noche de otoño, sintió que su monociclo hacía más ruido que nunca. Las demás brujas la miraban de reojo, repudiando su comportamiento pero a Irene poco le importaba. Tenía cosas más importantes que hacer. Estaba fascinada con los colores de esa noche oscura, noche de infinitos grises y nubes brillantes que dejaban imaginar una enorme luna detrás.
Miraba y miraba y cuanta más atención prestaba a su entorno, más se olvidaba de su monociclo. Tanto que se cruzó con un pequeño pájaro, tan negro tan negro que Irene se despistó. Como sólo podía despistarse ella.
Quiso tocarle las alas, con tanta mala suerte que olvidó seguir pedaleando… cayó levemente al suelo; ayudada por sus enormes enaguas que amortizaron la caída (luego supo que no fue la mala suerte ni ningún designio divino lo que provocó la caída, pero no nos adelantemos a la historia). Cayó de espaldas al suelo; su precioso sombrero quedó colgado entre las ramas de los árboles, y vio a lo lejos su monociclo también atascado. Se reía de su despiste; aunque la sonrisa se borró de su cara cuando vió; en fila india, a las demás brujas sosteniendo sus escobas en señal de protesta.
La increparon preguntándole, que quién se creía para interrumpirles el paseo, que no podía ser, que pim y que pam. Y la dejaron sola en medio del bosque. Irene las vio irse, volando, quiso por un rato ser más normal y con esfuerzo y dedicación haberse conseguido una escoba.
….

A lo lejos las vio irse también un hermoso espantapájaros que cuidaba la casa del bosque. Desde su cruz de madera las vio volar, como venía viéndolas todas las lunas llenas, como vio el momento en el Irene se balanceaba haciendo en vano equilibrio en su monociclo. Las miraba fascinado, intentando comprender el movimiento, saber que se siente sostenerse en dos piernas, echarse a andar, mover los brazos al aire y acariciar a una mujer.
Pensaba y pensaba nuestro espantapájaros solitario; tanto ensimismado en sus pensamientos que no sintió los pasos leves de Irene acercándose. Distraida, claro, embobada siguiendo la ruta del pájaro negro; que se acercaba al él como empecinado en encontrarlos.
Cuando levantó la vista y lo encontró, prendido de los postes, mirándola curioso, sólo se le ocurrió decir; de puro nervio.
-¿Enorme la luna, verdad?
-Es mi esfera favorita-, le respondío el espantapájaros, algo nervioso también.
-¡Es hermosa! Mis amigas y yo solemos dar largos paseos de luna llena…- respondió la bruja, risueña, pero en seguida bajó la mirada.
Es que claro, ni eran tan sus amigas, ni estaba ahorita mismo paseando en luna llena. Las muy brujas se habían ido, y ella; ella.. su monociclo atascado y no mucho que hacer.
-¿Qué pasa brujita, porque esa cara larga?-
-Te mentí. Ni que fueran mis amigas, son unas fanfarronas que se creen que porque andan en escoba son mejores que yo, ni notaron el pájaro que se me puso muy en frente tan enfrente que me cai;¡Y encima mi monociclo se trabó y ya no puedo seguir!- dijo apresurada, mientras unas lágrimas pequeñas le rodaron las mejillas.
-¡Pero vamos, tu monociclo está buenísimo!-
-Estaba- dijo, sin prestar atención.- Para, ¿vos como sabés?
-las he visto, cada luna llena, paseándose  en fila recta directo frente a mis ojos. Te vi, también, detrás pedaleando, y pedaleando, no sabés las ganas que tenía de irme volando con ustedes…suspiró, y quedó en silencio por un rato.
-¿Has visto un pájaro negro por aquí?- preguntó Irene; que lo miraba, enternecida; como para cambiar de tema. Pero mucho no funcionó; ambos tristes en sus tristezas no podían ya hablarse; ni mirarse mucho; entonces ella, se alejó leve, otra vez.

Nuestro espantapájaros, luego de un rato, reparó en el pájaro. Su eterno mandato que debería llevar a espantarlos; cedió ante la envidia que le provocaba su libertad. Casi siempre encontraba algún ave con quien charlar de esta pena profunda de estar tan atado a ese poste que no le dejaba ser feliz.
El pequeño pájaro, se acercó, como comprendiendo que alguna hora marcada había llegado; y asistiendo al pedido mudo del espantapájaros, se acercó.

Fue desatando los hilos que ataban sus ropas a la cruz de madera; una a una, su bella bufanda azul rayada, también, soltándolos en el aire. Dentro de su piel de tela de trapo, latían infinitas hebras de paja, pelusas y dientes de león que el tiempo y el viento habían ido trayendo a su cuerpo. Quizás en ese momento supo que era la libertad. Las miles de hebras, latiendo, se dejaron mecer por la noche de otoño, entendiendo que para volar, era preciso resurgir transformado.
El espantapájaros; ahora desperdigado por el bosque; sonrió con millones de sonrisas, y se entrego a la luna, su esfera desde siempre favorita.
Y mientras tanto, nuestro pájaro fue en busca de Irene, cuya nube de tristeza iba disipándose, y se dejó guiar.  De vuelta al claro entre la casa y el bosque, observó fascinada como un colchón de hebras se esparcía por el suelo; y como muchas maderas azules se asomaban entre los árboles. Presurosa tomo los elementos, atendiendo a su tarea como si de ello dependiera su vida.; y fabrico la más hermosa escoba que una bruja hubiera visto jamás.

Una vez terminada, encontró sorprendida una bufanda azul rayada al costado del claro; que la llevó a recordar al espantapájaros que tanto deseaba volar… la tomó entonces con cuidado, y se la llevó consigo.

Toda ella llevaba recuerdos vivos de aquel personaje él y ella eran ahora una sola persona, despistada y enamorada de la luna, en vuelo directo por la noche llena de nubes.

Por Flora

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