viernes, 24 de mayo de 2013

Salvador de Bahía: Bonfim, una fiesta de todos los colores

Crónica de viajes


Salvador, en el estado de Bahía, resulta ser antes que nada, una ciudad de contrastes. Pasé allí cinco semanas, este último verano, y llevo conmigo infinidad de postales que han quedado grabadas en mi memoria y que aún hoy siguen aflorando, desde el inconsciente, buscando pistas para comprender. La postal de la Fiesta de Nuestro señor de Bonfim es una de mis favoritas.

Por Flora Petrillo*
Salvador, esa ciudad inmensa, te explota en la cara. Te lo muestra todo y nada a la vez. En su casco histórico, Pelourinho, se entremezclan la opulencia y la extrema miseria en un radio de cuadras. ¡Los colores por todos lados! Las construcciones, la belleza. Pelourinho no te da la bienvenida, tan solo se muestra, aguerrida. Como siendo consciente de la historia de guerras y esclavos que sostiene, pesada, en sus hombros. De los siglos y siglos de historia. De las almas negras vendidas en sus plazas, de las religiones desterradas y el intento fallido de ser colonia de un imperio. De las familias acomodadas de Portugal, de sus descendientes mestizos y la marca del color de la piel como forma de aseverar que nadie acá es puro. Todo es una imperfecta mixtura, muchas veces imposible de asir para el turista desprevenido. Como si fuera consciente, quizás, de ser mucha de la luz de este Brasil inmenso; y tanto más de su oscuridad…

De todas las postales que conservo en la memoria, me quedo con una de la mañana del 17 de enero: La fiesta de Nuestro señor de Bonfim. Esta celebración es, quizás, una de las manifestaciones más claras del sincretismo que se respira en Bahía. La mezcla tan característica de la forma bahiana en que se aúnan tradiciones tan distintas, como las del catolicismo portugués -que aunque mucho no sepa me da la impresión que es muy distinto al español- y el candomblé, sus rituales, y sus devociones, sobreviviendo con estoicismo y aparente armonía. Se mezclan los Oxalas con los Jesuses de Bonfim. Uno como sincretismo del otro. Señales de la cruz parecen convivir con las limpiezas que se hacen en los terreiros, las plantas y los inciensos. Fieles católicos y negros bien bahianos (¡Y negros bahianos católicos también!), unos al lado de los otros yendo a un mismo lugar. Me desvela la pregunta obligada: ¿cómo se hace para convivir en armonía (o al menos eso parece) entre tanta mezcla? Deseo investigar más sobre esta fiesta y quizás conocer qué fue pasando a lo largo de los años.
La procesión comienza bien temprano en el elevador Lacerda, el que comunica ciudad alta con ciudad baja. Recorre calles populares de la ciudad, con las bahianas liderando la procesión.
Las bahianas sonríen vestidas con pollerones enormes de telas bien pesadas, armados con miriñaques y que encima tienen una especie de casaca larga, a tono con la pollera. Llevan collares de muchos colores (en especial azul y blanco, que son los colores de Oxalá Jesus), y en la cabeza los turbantes  tan típicos y tan imposibles de copiar. Allí mismo, en la Iglesia, se hace un lavado de las escaleras (lavagem do Bonfim), son las 6 de la mañana. Las rejas de la Iglesia están cubiertas de cintas: la gente pide sus deseos y ata cintas de todos los colores con diversas insignias, son las que intentan regalarte desde que llegas a la ciudad.

Aquella mañana decidí  ir lo más temprano que fuera posible: se trata de una fiesta muy popular y mucha gente que se agolpa en la calle. Mucha fue mi sorpresa -o no tanto, a veces parece que ya nada sorprende en Bahia- cuando al salir para una procesión "religiosa", a  las 7 de la mañana ya se acomodaban los puestos de cerveza, 3 x 5 reales, una x 2. Eran miles, no exagero. Cada 10 metros algún bahiano o bahiana, uno al lado del otro, con sus heladeras de telgopor y gazebos en los mejores puestos... ¡mucha, mucha cerveza!, algún que otro Smirnoff (a mayor precio, claro) y agua gelada. Miro realmente sorprendida: ni se me ocurre tomar alcohol tan de mañana, menos aún con los acompañamientos culinarios usuales; como el acaraje, la feijoada, los espetiños, todos mezclados entre las cervezas al por mayor. ¿Cómo hacen, cómo? Pienso en sus estómagos e hígados, a prueba de todo.

Y la mixtura no termina ahí, puesto que al ir acercándome a la iglesia, veo como avanza la procesión oficial, encabezada por el PT. Si, el partido que llevó a Lula al poder. En Bonfim se mezclan, además de las religiones, las consignas: bloques afro conviven con las pancartas de reclamos salariales, colores partidarios, carteles que piden por conocer todo lo ocurrido durante la dictadura (una enorme sonrisa se dibuja en mi cara, por el país donde me tocó nacer, que de a poco va recuperando la memoria), bloques de gays y lesbianas, sindicatos que piden acortar el horario de trabajo, familias enteras, bahianas entremezcladas con los demás, hombres y mujeres disfrazados de indios, caciques... y la iglesia como telón de fondo, y los fieles portando remeras coloridas de Jesús.

Bonfim parece una fiesta. Alcancé a atar en la entrada de la iglesia las cintas compradas en el camino -los puestos de cintas peleaban mano a mano con los de las cervezas-, no sin pedir mis deseos bien intensamente. Fui partícipe un rato de la extraña fiesta, donde desde un altoparlante de la inglesia se arengaba a los fieles a cantarle al cristo de Bonfin, y me volví caminando.

Bonfim, quien tiene fe va a pie, se dice por acá.


*Naci el dos de noviembre, bajo el signo de Escorpio, y como estrella lunar para el calendario maya. Escribo desde chica y quizás desde siempre me gustan los libros. Mi blog, oximoronica.blogspot.com recoge algunas impresiones imperfectas de mi mundo, que es mío y de los demás.


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