lunes, 19 de diciembre de 2011

A diez años de la furia y la sangre.

“Que se vayan todos”, y no se fue nadie. Se quedaron a reprimir. Y después sí, a casa, dando las últimas órdenes a la pasada. Viendo desde arriba el humo, las corridas, los gases, los muertos. ¿Dónde guardamos eso? Arrastramos una historia de fusilamientos, de mártires anónimos, de tipos poderosos disfrazados de democráticos, de luchas populares apagadas a los tiros. Y ahí estamos nosotros, frente a los mismos de siempre. Ya sabemos quienes son.
Los medios, clasificando la pobreza en buena y mala según el barrio y el saqueo. Los punteros, aterrando gente con supuestos malones de depravados para evitar una movilización inédita. Los especuladores, reunidos. La montada, dando palos a las Madres en su Plaza. De La Rúa, de bata y hojotas en Olivos. Sus ministros, destruyendo todo antes de salir. Duhalde, negociando. La clase media, asustada por su arrojo a lo que cree una capa más baja. Los ricos, resentidos con el Fondo. Los desocupados, buscando hacerse visibles entre las gomas quemadas. Y para atrás, la revalidación de un modelo entreguista, empobrecedor, individual y creador de tilingos con cuotas en dólares.
¿Somos todo esto? ¿Es la historia que se repite? Sabemos que sí: uno de los asesinos de las jornadas trágicas del 2001 fue el entonces Sub Comisario de la Policía Federal Argentina Ernesto Sergio Weber. Casualidad genética o mandato hereditario, resulta ser el hijo del Sub Comisario Ernesto Weber, alias “220”, quien fuera uno de los verdugos de Rodolfo Walsh veinticuatro años antes. Y si bien Ernesto Weber hijo no tuvo un busto de bronce, en el año 2004 fue premiado con la jefatura de la Comisaría 27º. Después, el silencio.
Otro comisario a cargo de la represión del 19 y el 20 fue Jorge “Fino” Palacios, a quién le dictaron la falta de mérito porque, según su descargo, “sólo se limitó a recibir y transmitir órdenes”. Lo que se dice un comisario puente, nada grave. Y Palacios también fue premiado, esta vez por el Gobierno de Mauricio Macri, con la Jefatura de la flamante Policía Metropolitana. Otra vez, el silencio.
Y como sociedad no podemos explicarnos estos recreos de la memoria, este andar desentendido junto a los culpables de siempre, no sabiendo qué hacer con lo que nos pasó, sintiendo cada muerte como una sola, viendo en vivo cómo asume su banca Patricia Bullrich, la Ministra de Trabajo que recortó el 13% a nuestros jubilados y docentes, y asimilando cada nuevo nombre en el inventario actualizado de las víctimas: “Pocho” Leprati, Maximiliano Kosteki, Darío Santillán, Ezequiel Demonty, Julio López, Silvia Suppo, Luciano Arruga y ahí, con ellos, cada uno de los 30 mil. Por eso queremos recordar aquel 2001, porque no fue un hecho aislado en el devenir histórico argentino, porque ya no somos espectadores de la política detrás del telón, porque no conocemos otro modo que la participación popular, porque demostramos que cuando ya no nos queda nada las calles siguen siendo nuestras y porque lo mejor que nos puede pasar es que todos ellos no hayan muerto inútilmente.

A diez años de las muertes de diciembre del 2001, justicia, memoria y resignificación.

“No todos somos culpables, pero ninguno es inocente”.


Centro Cultural Aníbal de Antón.

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