lunes, 27 de junio de 2011

Darío y Maxi, 9 años.

Seguir su ejemplo, multiplicar la lucha.

Algunas veces las palabras no salen, no alcanzan, se nos presentan burlonas y se escapan. Lo hacen como el agua lo hace entre las manos. Queda de ellas la sensación.

Lo mismo sucede con una mirada o con un gesto. A los compañeros los mataron las balas de la opresión. Fue un instante que marcó un antes y un después. En esa sensación apareció el hito,el momento que se congela mientras todo sigue moviéndose, todo sigue en su cauce.

En sus gestos está la sensación del hito. Darío está ayudando a Maxi. Darío está mirando de frente a los asesinos, y los asesinos cobardemente por la espalda disparan. Entonces el agua deja el frescor en las manos, después de haber pasado. Los cuerpos yacen tendidos mirando el cielo, como el agua corre por la cara y las manos, los dedos y el pecho.

No conocí personalmente a Darío Santillán. Tampoco a Maxi Kosteki. Su solidaridad y su valentía marcaron como el agua a la piedra. Ella que dice estar seca en su centro, pero que al pasar del movimiento se va desmoronando hasta ser arrastrada como sedimento. Toda una generación de militantes creció con ellos y en ellos.

Esa generación que los rememora cada año sin perder de vista el horizonte, sin renunciar a su legado. Porque ellos representan el momento de la innovación, de apostar y romper las formas tradicionales de las cosas. Sus caídas justifican día a día a los que seguimos después, enseñándonos que las formas de las cosas se rompen como la roca lo hace por el movimiento del agua. Y que el cauce de ese río debe ser rearmado entre todos, para que las cosas sean de otra forma. Porque en sus ojos estaban ya Carlos Fuentealba y Mariano Ferreyra. Porque estamos ante los ojos de ellos y de todos en movimiento y marcando el cauce, barriendo lo viejo al sedimento y trayendo el frescor del porvenir.

Ramón Raggio

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