viernes, 11 de marzo de 2011

El Lenguaje en disputa. El peronismo y las imágenes del eterno retorno - Parte III



El 55: el nombre como síntesis del habla de la masa

Una fotografía: autos destrozados tras haber sido incendiados. Otra minuta del momento: cuerpos apilados cual fosa común. La fecha que marcó historia: 16 de junio de 1955. Los aviones de la Marina y la Aeronáutica descargan, después de un intento de copamiento fallido a la Casa Rosada, más de 9 toneladas de explosivos que son arrojados en la zona céntrica de Buenos Aires. Con las enormes salvedades espaciales, temporales y sociales, se nos aparece aquí aquella máxima: la historia se repite como tragedia. Se trata del Guernica local; ¿Qué es lo que esos aviones están diciendo? ¿Qué están expresando esas descargas de metralla contra los cuerpos de civiles indefensos?

Subyace a toda acción social un corpus de significados. Área gris donde las fuerzas sociales disputan lo simbólico, la frontera de cierre de la significación, donde algo significa ese algo y no otra cosa. Parafraseando a Gramsci: ideología como cosmovisión, como concepción del Mundo. Decimos nosotros; lenguaje como expresión ideológica, como proyecto social subyacente a todo accionar, a todo movimiento en el campo político.

En este sentido es indiscutible que la detonación de aquellos explosivos y el sobrevuelo de aviones de guerra sobre espacios civiles -como espacios contrapuestos a lo bélico en el sentido más estrictamente militar de la cuestión-, son claramente hechos que vienen a manifestarse como expresiones de una situación social. Subyace en aquellos actos una acción social clara. Se trata de un proyecto político que busca imponerse, que cuenta con un sujeto que lo sostiene y moviliza, que interpela al medio social en el cual se encuentra y que, por tanto, se aparece como medio para un lenguaje, para un cuerpo expresivo, simbólico y físico. Aquel sujeto será reconocido desde el movimiento peronista como un otro contrapuesto, en las antípodas, como aquel que me niega en tanto soy. En resumidas cuentas, como el gorila.

Entonces, aquel proyecto, aquel sujeto, vienen a propalar un mensaje que resulta, a todas las luces, contundente: no hay posibilidad de diálogo alguno. El espacio común donde podría realizarse el diálogo está obturado, está cerrado. Por ello la lengua que media tal mensaje es la extrema violencia. Es el recurso de la fuerza que niega al Otro como interlocutor.

Buscando tomar por asalto los puntos neurálgicos de la disposición simbólica de la Capital Federal: Plaza de Mayo, Casa de Gobierno, edificios ministeriales y públicos, la fuerza del Gorila viene a decir aquí no hay Pueblo más que nosotros, por ello tomamos sus cuerpos, porque son la posibilidad de reafirmarnos negando su existencia: va de suyo que las explosiones y las ráfagas de metralla estén dirigidas a los lugares circundantes donde se encontraban presentes civiles indefensos, indiferentemente su filiación respecto del gobierno de Perón, porque son precisamente esos cuerpos los que están siendo tomados y ofrendados por la fuerza a un proceso hostil abierto y en carrera, ya que en menos de 3 meses se produciría la “Revolución Libertadora”. Momento en el que, al decir de Cooke, el régimen peronista es vencido cuando Perón, proclamándose el Presidente de todos los argentinos, durante un discurso el 16 de julio de aquel año, es reconocido en tal rol solamente por la clase obrera[1].

Sucede entonces lo que la fuerza no esperaba -o al menos no preveía-: por cada detonación, por cada bala de esta ráfaga, por cada sobrevuelo, se instala en el movimiento peronista un elemento que nutrirá a futuro el imaginario del Retorno. Se inaugura entonces un período histórico conocido normalmente como La Resistencia Peronista, donde a través de tomas de fábricas y establecimientos, actos de sabotaje y desobediencia civil, alianzas estratégicas con proyectos políticos de otras índoles, y actos de propaganda armada, se nutre un corpus común al movimiento peronista. La expresión que resumirá dicho momento: “Perón Vuelve”, se transformará por la dinámica de los elementos combativos del movimiento en “Luche y vuelve”. Porque aquella fuerza que da el golpe, que asesina y tortura, accionará pensando que esa masa peronista se disgregaría y se transformaría en pueblo, canalizada a través de los partidos tradicionales[2].

Acorde con esa estrategia es que los aparatos de Intelligentzia acompañan desde lo simbólico lo que la fuerza no ha podido destruir con un decreto. Aparatos orientados a desarmar un léxico, a destruir un corpus y un ethos organizado en un sujeto representado en el movimiento peronista. Es el intento de la fuerza por “normalizar” un Pueblo mediante la reformulación de la Política de la Historia, al decir de Jauretche, una política cuyo objeto es la falsificación de un relato; la creación de una discursividad falaz que busca obstaculizar y disgregar el avance de un estado de cosas, el dinamismo de un cuerpo nacional presente en la dirección del aparato estatal hasta el 55[3], expresado en el movimiento peronista.

Perón vuelve”, “Luche y vuelve”, son las puntas de un iceberg. Son las expresiones de un cuerpo que está diseminado en la sociedad. Interpelan y crean una identidad en contraposición a un Poder –el del Estado represor, del Gorila en la dirección de la Nación- de modo tal que la figura de Perón se vuelve inasible para la Fuerza: está presente en cada acto, en cada pared, en cada toma, por ello es imposible de ser circunscripta y delimitada.

Al decir de Laclau, la persona de Perón y el movimiento peronista se transforman, a partir del 55, en el sinónimo de una cadena equivalencial[4]. La distancia física de Perón –en móvil exilio en este momento- respecto del movimiento y de su base, y la imposibilidad de una palabra oficial y autorizada -al ser perseguida por el aparato represivo- hace que florezcan una diversidad de interpretaciones legítimas. La palabra del líder del movimiento llega esquivando la censura, a través de correspondencia personal, de cintas o grabaciones precarias.

De esta manera la reactualización del lenguaje del movimiento peronista se realiza nutriéndose de múltiples expresiones y experiencias. Porque esta diversidad existió es que podemos comprender la coexistencia, en el marco de un mismo movimiento, de posiciones tan antagónicas como el “Peronismo sin Perón” de los sectores vandoristas y el peronismo, nutrido de raíces cristianas revolucionarias, de grupos como Cristianismo y Revolución.

Se supera la lógica de una cadena equivalencial y la Resistencia Peronista y su líder pasan a ser un Significante vacío por excelencia, donde el límite y la frontera están en conflicto, y la posibilidad de equivalencias en el interior del movimiento es amplia en función de un Otro claramente delimitado y discriminado.

Se alimentará hasta la vuelta definitiva el Mito. Perón se aparece como una figura mistificada. Es el nombre que ha dejado de pertenecerle para realizarse como síntesis de la masa; “es el hombre que encarna los anhelos populares en un momento dado, y que entonces sí, aparece embellecido por todos los reflejos de la historia, porque no es un hecho personal ejerciéndose sobre las masas, sino que es la síntesis de un sentimiento multitudinario que encuentra el caudillo y la forma de encarnarse”[5].

La noción del retorno alimenta la acción social de la Resistencia. Es el sujeto peronista, en su diversidad, en su riqueza nutrida de heterogeneidad, que se amplía, que continúa diversificándose diariamente frente a un Estado militar –con treguas civiles- de corte opresor y censor del movimiento. La rebeldía frente a un estado de cosas es lo que alimenta el fuego de la Resistencia, es el combustible del Mito en movimiento.


[1] COOKE, John. William: La lucha por la liberación nacional, el Retorno de Perón, Ediciones Papiro. .p. 102

[2] COOKE, John. William: Op. cit.

[3] JAURETCHE, Arturo: Los profetas del odio, A. Peña Lillo ediciones.

[4] LACLAU, Ernesto: La Razón Populista, Ed. FCE, Buenos Aires, 2010. p. 266.

[5] COOKE, John. William: Op. cit..

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