martes, 17 de agosto de 2010

Ser estatua


Don José cogía, se tiraba pedos, besaba, le picaba la oreja, sufría calor y frío, se enojaba, dudaba, dormía, no alcanzaba a rascarse la espalda, se reía, puteaba, tenía razones, era padre, escribía, borraba y volvía a escribir, se ilusionaba, descreía, guerreaba, hacía bolitas con los mocos, guardaba silencio, admiraba, cerraba los ojos, caminaba este suelo, se cansaba, disparaba, hacía, quería ser feliz, se equivocaba, alguna vez vomitó, le dolieron los huesos, se sintió solo, fue popular, líder, hijo, prócer, busto de plaza y billete.


Don José no es inimitable. Es grandioso, claro que sí, pero no perfectamete único.

Nos han contado que su caballo blanco encandilaba desde lo alto de la cordillera, pero no nos han dicho que un burro pura oreja le prestó el lomo a ese cuerpo enfermo.

Le compusieron marchas e himnos para encumbrarlo en los libros amarillos, pero qué poco conocemos de este correntino y sus pifiadas, de su agonía y sus tristezas.

Endiosaron a Don José para que nadie piense, ni se anime siquiera, a dar lucha.

Ensalzaron a un gran hombre, que resultó un gran libertador, de grandes países, de un gran continente, al frente de un gran ejército, que pasó a la gran historia, que murió un día en nuestro gran calendario. Y nosotros, pequeñísimos ciudadanos, ya que estamos, alargamos el descanso dominical. Sólo eso. Nada más.

Aquella abuela caminando por el patio, el panadero madrugador, el de la remera rota, la madre que despierta a sus hijos, el estudiante, el mecánico, el poeta, el viejito del barrio, el cantinero, el derrotado, la vecina y el que pasa por ahí, también pueden tener su Cruce de Los Andes. Habrá que ver cuánto se deja en todo eso.


Anoche leía un libro de Manuel Ugarte, La Patria Grande. Mientras adivinaba que me estaba durmiendo, no me sentí tan solo:


“Abandonemos la idea errónea de que la época de la independencia fue una edad fabulosa y que sus hombres no pueden ser imitados jamás. Con las naturales diferencias de talento y de medio, debemos aspirar en todos los momentos de la vida a hacer inmortalidad, a ser estatua, porque la trayectoria de un país es una línea ininterrumpida y ascendente que en todo instante debe estar bañada por el sol.”


Román.

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