domingo, 10 de junio de 2012

El poder de la palabra. No todo es lo mismo

Ya lo sabemos, el uso de las palabras no es casual, envuelven sentimientos, muestran trayectorias, inciden sobre el escenario comunicativo y nos muestran una determinada cosmovisión de quien las emite. Al fin y al cabo, las palabras son eso, una forma de pensar y de sentir.

Hemos visto en las últimas semanas a muchas personas manifestarse en contra de “el cepo al dólar, la inseguridad y la corrupción”, hasta ahí nada raro: un grupo, que es parte constitutiva de nuestra sociedad, que se manifiesta en la vía pública para hacer notar su disenso, pura democracia pues.

La forma que han escogido para hacerlo es la de golpear cacerolas, el método nació como protesta contra Salvador Allende y como facilitador del arribo golpista de las Fuerzas Armadas al mando del genocida Pinochet. En la Argentina las cacerolas aparecieron en un momento de suma angustia: el hambre crónico, la pobreza estructural, la confiscación de ahorros y brutales represiones contra el pueblo movilizado confluyeron en el agite de cacerolas vacías como forma característica de gritar “Que se vayan todos” (obvio, no se fue nadie). Clases medias y clases bajas uniendo fuerzas (“piquete y cacerola, la lucha es una sola”) para confluir en un “Ya Basta” paradigmático en la historia nacional. Años vista podemos decir que la unión resultó meramente circunstancial, la clase media no tiene mucha memoria, y mira con recelo aquella unión que resistió en las calles de diciembre.

Las palabras se nos presentan en un determinado contexto, vale decir, no hay texto sin contexto. La palabra “cacerolazo” tuvo un significado en el chile del 72, otro muy distinto en la Argentina de 2001 y lo propio con este de 2012.

Hasta aquí, lo que todos sabemos. Lo inquietante de las cacerolas de 2012 (más allá de que se coincida o no con los reclamos) es escuchar hablar a los auto-convocados (¿), el nivel de virulencia de los movilizados, la violencia como forma de manifestarse y, sobre todo, la rara capacidad de banalizar las palabras, de presentar determinados textos sin sentido lógico con el contexto.

Se les ha escuchado decir que “esto es una dictadura”, que “la República está disuelta a manos de un facismo reaccionario sin precedentes”, se ha pedido ayuda a los “amigos estadounidenses para que nos salven del populismo” y hasta se ha dicho que “la Argentina es comparable a las peores dictaduras Africanas”. Estos gritos no hacen más que repetir la sarta de barbaridades que se dicen alegremente por cuanto diario, pasquín, programa televisivo ande dando vueltas.

Pero hay que decirlo, no todo es lo mismo, esto no es una dictadura, hay libertades individuales, no se les quema las casas y se les arranca las extremidades a los opositores como se hacía en Sierra Leona durante su dictadura. En fin, hay democracia, por mucho que les pese a la mayoría de estos manifestantes. Pueden movilizarse, levantar sus banderas (que ni siquiera tienen), gritar cuanto quieran, en la plaza que quieran, pero cuando usen las palabras, por favor, no las banalicen, no repitan como loros, no comparen a una democracia con una dictadura sangrienta, no hablen de facismo y dictadura porque tenemos memoria, y sabemos lo que eso significa, porque todavía nos duele en el cuerpo, porque todavía buscamos la verdad y porque aún no conseguimos justicia plena. No nos confundan, no se confundan. Esto es una democracia y nos costó mucho conseguirla, mucho más que 30.000.

El Infernal

No hay comentarios:

Publicar un comentario