lunes, 27 de diciembre de 2010

Carta a los jóvenes de siempre

Basta con asumir el riesgo de precipitar nuestra mejor sonrisa.

¿A dónde sino en la juventud del espíritu que siempre está naciendo del barro de los que añoran envejecerla?

Será en la hermosura del lenguaje; en el contacto diurno de los que damos la pelea por soñar en algo mejor. Será que hemos nacido del complejo y arrepentido paso del tiempo.

Fue un espeso año para aquellos que nos sentimos orgánica y mentalmente jóvenes. Se dijo que éramos una juventud naciente como también que ya habíamos envejecido en obsoletas y anacrónicas utopías.

A los jóvenes que han resuelto la independencia espiritual; a los que asumen todas las energías de una prolongada esperanza; que minaron de primaveras las estepas miradas del auditorio generacional… del abismo profundo entre el silencio monocorde y el deseo extendido… allí tienen alcance mis palabras.

Como nos relata Aime Cesairé: “Allí donde la aventura conserva los ojos claros”, el camino se hace pregunta en cada latir. Y no creemos tanto en lo que piensan pero sonreímos con cada obstáculo, abrazamos el cariño de los nuestros, de los que palpitan cada instante feliz, y cada minuto de compromiso.

A la juventud que se juega por no equivocar el abrazo; a la que siente cada injusticia como propia; a la que ríe y llora como mandamiento. A la que vive el reflejo agitado de ver, sentir, pensar y actuar sobre lo que pasa. A la que se anima a cantar; a la que oye elevarse desde la propia tierra…

Fuimos la juventud fotografiada y mediática, constructora de enseñanzas políticas. Heredera del 2001; hija de todo aquel que sembró su lucha. Somos el homenaje de aquella resistencia. Nos duelen las muertes y las negaciones y nos debatimos a diario las ambiciones de nuestro presente y la lejana cercanía de nuestro horizonte.

Me gustaría proyectar para el próximo año los mejores deseos colectivos de una juventud de pie, sonriente, estimulada y estimulante, inexorablemente dinámica, envuelta de ternura, cerca del pueblo, de su inquebrantable movimiento, como protagonista en su más emancipada tarea. Hace algunas semanas Horacio González escribía: “su reconstrucción como fuerza de cambio y cambiante, su capacidad de no ser un lenguaje clausurado y pensarse como lo que siempre fue, pueblo en tránsito, sin contornos ya trazados ni lenguajes de desprecio y miedo”. Sólo en la potencia festiva y militante de los jóvenes, el pueblo desenredará su acústica en la historia, su grito colectivo, sus músicas populares.

Y seguiremos naciendo sin importar demasiado el calendario. Estaremos en ese verde que cruje de rebeldía, amante, infinito, sobre el mismo deseo de aquel poema de Gioconda Belli que dice: “mi amor es fiero, ardiente como la libertad, no conoce de tiempo, anda dentro de mí desbocado y rebelde”.

Brindo por la juventud que abre grietas, que busca en la naturaleza de su encanto no esperar la miseria de lo posible, sino construir esa distancia que amanece del sueño, desde esa mirada siempre joven, siempre renaciente, siempre optimista, como decía Louis Pauwels en su “carta abierta a la gente feliz”: “¿qué la navegación es difícil? Sí, pero permítaseme una observación: no presto gran confianza a la gente que a propósito del mar me habla sólo del mareo”.

Felíz año para todos, aun para los que todavía no han comenzado a sentir.


Poli.

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