martes, 22 de diciembre de 2009

Encuentro con Gramsci

Tarde lluviosa en Buenos Aires. Me encuentro en mi apartamento escuchando las incesantes gotas caer en mi balcón, pensando que sería de la sociedad sin la cultura popular y de los ideales argentinos sin el Che.
La lluvia copiosa oprime mis ganas de aventurarme a salir a la calle. De pronto el encierro se vuelve tedioso y monótono, y de manera abrupta decido salir del departamento.
Una vez afuera, la lluvia impregna la ciudad. Comienzo a caminar, mis piernas me llevan a hacia un destino cualquiera, mi cabeza a un recuerdo con mis amigos, mi boca a una canción. Decido doblar en una avenida. Mi caminata continúa de la misma manera en que una mirada se dirige al horizonte de un amanecer de abril. De repente una gran librería irrumpe ante mis ojos. Decido entrar.
El lugar es cálido y ameno, con la particularidad de que el mismo es un viejo teatro restaurado, solo que ahora convertido en una enorme librería. Me sumerjo en ese océano de libros y escritores. Observo y revuelvo la sección de literatura argentina, luego la de literatura latinoamericana. Muchos libros me seducen, pero ninguno me termina de convencer. Involuntariamente mi cuerpo se dirige hacia la sección de teoría política. Miro y analizo sin cesar. Sorpresivamente mi vista decide posarse sobre Gramsci. Elijo los “Escritos políticos” y mi mano toma el libro.
La librería cuenta con la particularidad de permitirle al lector el sentarse a leer los libros en un clima más que apropiado. Gramsci y yo nos sentamos apaciblemente en uno de los bellos recovecos de la librería. Comienzo a leer. Mis ojos y mi cabeza devoran vorazmente las páginas escritas por el inefable escritor. El tiempo se detiene, solo importa la simbiosis que se ha generado entre ese libro y mi persona. No hay nada más alrededor, solo Gramsci y yo.
En eso una persona que trabaja en el lugar me dice que la librería está por cerrar. Vuelvo gradualmente a la realidad y veo que ya no queda casi nadie en el lugar. Cierro el libro y lo deposito en su lugar correspondiente. Me tomo unos segundos para reordenar mi cabeza y desacelerar mi corazón. Luego me dirijo hacia la salida, y en un instante estoy de nuevo en la calle.
La lluvia ha amainado, y la tarde a dado lugar a la noche. Una breve brisa golpea mi rostro y el sonido de los arboles se entromete en mis oídos. Emprendo el retorno hacia mi departamento. La caminata se me hace extraña y vertiginosa, como si fuera un párrafo del libro que acabo de leer. Camino sin cesar y arribo a mi hogar nuevamente.
Solo han pasado cinco horas desde mi partida, aunque a mí me parecen cinco años. Me siento en mi sillón y comienzo a reflexionar cómo es posible que este genial pensador político me haya hecho descubrir dimensiones inexploradas en mis ideas y pensamientos.
De golpe ideas y pensamientos comienzan a divagar nuevamente, y mi sentido común trata incansablemente de encontrarlos. Ideas y pensamientos vuelven nuevamente a entremezclarse y desorganizarse, como lo hace el océano en medio de una feroz tormenta.La tormenta prosigue por varias horas, hasta que por fin se calma.
Decido recostarme reflexionando como las ideas de Gramsci pueden haber provocado semejante revolución en mi cabeza. Me duermo pensando como las revoluciones de ideas pueden transformar a hombres, mujeres, y sociedades enteras.

Por Nicolas Di Genaro

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